La lluvia caía sin cesar, empapando el parabrisas del coche de Damian Arman, estacionado frente al hospital. Los limpiaparabrisas habían dejado de moverse hacía rato, permitiendo que la niebla y el agua borraran su visión. Aun así, sus ojos seguían fijos en una ventana del quinto piso —la habitación donde Joe estaba siendo atendido.
La cortina se había movido brevemente antes, revelando la silueta de Shopia y del niño.
Damian se frotó las sienes. Su enojo no se había calmado desde su confrontación anterior. Las palabras de Shopia todavía resonaban en sus oídos:
—¡Nunca te entregaré a mi hijo, Damian!
Quería reír. Y gritar. Ese niño era su propia sangre, entonces ¿por qué todos lo trataban como si fuera el enemigo?
Estaba a punto de salir del coche cuando un vehículo viejo se detuvo frente a la entrada del hospital. Un hombre salió, con un uniforme descolorido que llevaba el logo de una tienda de descuento en el pecho. En su mano sostenía una bolsa de plástico con comida rápida y un pa