Con el sol naciendo en el horizonte, bañando la Tierra de los Titanes y Dioses con su luz renovada, los dos hijos de Elysia y Arius se levantaron, sus ojos brillando con una fuerza y sabiduría que solo los verdaderos descendientes de los Titanes podrían poseer. El mundo entero sentía el cambio en el aire, el despertar de un poder antiguo y primordial que ya no pertenecía a los dioses caídos, sino a ellos, los nuevos dioses del universo. Los otros dioses, aún recuperándose de la batalla y observando desde la distancia, sintieron la energía vibrar en el aire, un poder que superaba todo lo que conocían. Era la manifestación del renacimiento, la esencia pura de la creación y la destrucción en su forma más pura.
Al sentir el despertar de esta nueva fuerza, los dioses sobrevivientes, incluso los más poderosos, se inclinaron, reconociendo sin reservas el dominio de los hijos de los últimos Titanes. No podían negar el poder que emanaba de ellos, una energía que restauraba el equilibrio y al