El aire estaba tenso, como si el mismo mundo estuviera conteniendo el aliento. La oscuridad y la luz luchaban por el control de la Tierra de los Titanes, y en cada rincón del vasto paisaje, el eco de antiguos poderes despertaba. Arius, Elysia y sus hijos, unidos como nunca antes, se encontraban en el epicentro de un conflicto que determinaría el destino de todos los mundos. El horizonte resplandecía con la furia de una tormenta inminente, mientras Morrigan, la creadora del Caos, esperaba desde la oscuridad, alimentándose de la desesperación y el sufrimiento de aquellos que se atrevían a desafiarla.
La niña de ojos violeta y azul, hija de Elysia y Arius, estaba lista. Sus pequeños pero poderosos poderes, heredados de los Titanes y las Moiras, se despertaban dentro de ella con cada respiración. A su lado, su hermano, tan silencioso y calculador como su padre, parecía preparado para hacer lo que fuera necesario. Sabían que la guerra no solo era por la supervivencia de su linaje, sino por