El bosque se había convertido en un campo de batalla. Los aullidos rasgaban la noche como cuchillos afilados mientras el olor a sangre impregnaba el aire. Valeria se movía entre las sombras, su cuerpo transformado parcialmente, manteniendo el equilibrio perfecto entre su forma humana y la bestia que habitaba en ella. Sus sentidos estaban alerta, captando cada movimiento, cada respiración, cada latido de corazón en kilómetros a la redonda.
La manada de Damián había llegado al amanecer, tal como habían anticipado. No hubo advertencias, no hubo ultimátums. Solo el ataque despiadado que caracterizaba a su ex esposo.
—¡Flanqueen el perímetro este! —gritó Valeria a un grupo de lobos que seguían sus órdenes—. ¡No dejen que nos rodeen!
Su voz sonaba firme, a pesar del miedo que le atenazaba las entrañas. No era miedo por ella, sino por la vida que crecía en su interior, por la manada que ahora la consideraba una de los suyos, por Mateo, que luchaba en el frente norte.
Un lobo de pelaje gris o