Página 137

Clara

El manuscrito seguía sobre la mesa, como un animal dormido que podía despertar en cualquier momento. Lo había leído siete veces, no porque no lo entendiera, sino porque cada palabra parecía tallada para herirme. Era mi historia, pero contada por alguien que sabía demasiado. Alguien que había visto mis grietas, mis silencios, y los había convertido en tinta.

Cerré el manuscrito con un golpe seco que resonó en el departamento. El silencio era insoportable, como si las paredes también supieran algo que yo no. Me levanté, caminándome las uñas, y abrí una botella de vino sin mirar la etiqueta. Bebí un trago largo, apoyada contra la encimera, mirando el vacío. Pero el vacío me devolvía su rostro. Leonardo. Siempre Leonardo.

Volví al sofá y abrí el manuscrito de nuevo, como si pudiera obligarlo a confesar. Fui al capítulo seis, buscando respuestas. “No sabía lo que él había hecho por ella. Ni a quién había protegido. Ni por qué nunca se atrevió a decírselo.” Las palabras eran un puñal. No decía su nombre, pero era él. La cadencia, las pausas, el dolor entre líneas. Era Leonardo. O alguien que lo conocía tan bien como yo.

El vino no ayudaba. Solo avivaba las preguntas. ¿Qué había hecho él? ¿Qué me había ocultado? Me mojé la cara en el baño, el agua helada apenas calmando el temblor. Miré mi reflejo: pálida, ojeras marcadas, los ojos de alguien que ya no duerme. “¿Me mentiste, Leo?” susurré.

Un recuerdo me golpeó, tan vívido que dolió. Una Navidad, hace dos años. Estábamos en casa, el árbol parpadeando con luces blancas. Leonardo estaba a mi lado, con una taza que no tocaba. Su mano rozó mi nuca, un gesto tan suave que me estremecí. “Clara,” murmuró, “tú eres lo único que no quiero perder.” Sus ojos brillaban, y por un segundo, creí que todo podía sanar. Pero al día siguiente, volvió a ser el hombre distante de siempre. Y yo fingí que no lo había sentido.

Sacudí la cabeza, volviendo al presente. No podía quedarme encerrada. El departamento me asfixiaba. Tomé el abrigo, guardé el manuscrito en el bolso y salí a caminar. Mis pies me llevaron, sin darme cuenta, al hospital. Absurdo, pero real. Como si enfrentarme al lugar donde todo se rompió pudiera darme respuestas.

Me detuve frente a un quiosco de flores, justo al otro lado de la calle. El hospital se alzaba imponente, sus luces frías cortando la noche. Entonces lo vi. Leonardo. Salía por la entrada lateral, solo, la cabeza gacha, los pasos lentos. No parecía el cirujano impecable que todos conocían. Parecía roto. Culpable. Solo.

No me vio. Cruzó la calle, perdiéndose entre los autos. Quise gritar su nombre, pero me contuve. Una parte de mí aún lo seguía, aunque mi cuerpo se quedó inmóvil.

Regresé al departamento más despacio, cada paso alargando el dolor. Al llegar, encendí la laptop y busqué el título del manuscrito: Después del Nosotros. Nada. Ni un registro. Ese libro no existía. Era como si alguien lo hubiera escrito solo para nosotros.

Abrí W******p, impulsada por un presentimiento. Fui al grupo del hospital, uno que no tocaba desde que renuncié. Conversaciones banales, memes, turnos. Hasta que vi un mensaje nuevo. Martina: “¿Alguien más recibió un manuscrito esta semana?”

Mi pecho se tensó. Escribí sin pensar: “Yo también lo recibí. ¿Podemos hablar?”

Su respuesta llegó en segundos. “Café El Bosque. Mañana, 17:00. No llegues tarde.”

Cerré la laptop, el corazón acelerado. Martina. Siempre había sido un enigma, con su elegancia afilada y su forma de mirar a Leonardo como si supiera algo que yo no. ¿Era ella la autora? ¿O también estaba atrapada en este juego?

Narrador

Del otro lado de la ciudad, Martina cerró su laptop con una sonrisa apenas insinuada.

Dejó su ejemplar del manuscrito sobre la mesa.

El suyo tenía una página más.

La página 137.

El epílogo.

No necesitaba leerlo.

Ella misma lo había escrito.

Se sirvió una copa de vino. Se sentó frente al ventanal, mientras la ciudad se desdibujaba tras la lluvia.

Sonrió.

No con felicidad.

Con satisfacción.

Los tenía atrapados.

A Clara. A Leonardo. A su propia culpa.

Y el manuscrito era solo el primer disparo.

No era el momento de revelar todo.

Aún no.

Pero pronto.

Muy pronto.

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