Clara
Por primera vez en semanas, el mundo parecía haberse detenido. No había sirenas, no había sombras acechando en las esquinas, no había mensajes crípticos quemándome los bolsillos. Los días después de lo ocurrido en el pueblo eran un respiro frágil, como el silencio entre dos truenos. Me aferraba a esa calma con los nudillos blancos, sabiendo que era una mentira disfrazada de tregua. La paz no dura cuando llevas un cuaderno como el mío. Sus páginas, llenas de verdades a medias y mentiras que podrían destruirnos a todos, latían como un segundo corazón en mi bolso. A veces creía oírlo susurrar, como si exhalara advertencias.
El pueblo había sido un torbellino: la huida, el enfrentamiento con Bruno, sus ojos encendidos de rabia mientras lo arrestaban. Pensé que ahí terminaba. Que con él tras las rejas, Leonardo y yo podríamos respirar, aunque fuera un instante. Pero la calma era una ilusión, y lo sentía en los huesos, una tensión constante en la nuca que no me abandonaba. Alonso y Ma