Leonardo

El motor del auto zumbaba bajo mis manos, un murmullo constante que no lograba acallar las ideas que se atropellaban en mi mente. Las luces de la ciudad se deshacían en el retrovisor, como si el mundo quedara atrás, desdibujado por la distancia y la incertidumbre.

Clara iba en silencio a mi lado. Tenía la mirada fija en la carretera, la mandíbula apretada, los dedos crispados en el borde del asiento. La misma mano que había rozado la mía minutos antes ahora parecía lejana, ajena. Como si ya no le perteneciera.

—¿Estás seguro de que es por aquí? —preguntó, rompiendo el silencio. Su voz sonaba firme, pero había un filo de urgencia bajo cada palabra.

Asentí, aunque la verdad era que no estaba seguro de nada. La casa de Julieta estaba grabada en mi memoria como un recuerdo borroso, un fin de semana de hace años que ahora parecía pertenecer a otra vida. Un camino sinuoso, una playa desierta, el olor a sal y madera húmeda. Pero los detalles se me escapaban, como si lo hubiera soñado