Mia despertó, gritando a todo pulmón.
El grito resonó en toda la habitación, desgarrador y lleno de desesperación. Mia se sentó jadeando, tenía todo su cuerpo empapado en sudor, su respiración era rápida y errática. Todo a su alrededor era confuso: las paredes de piedra del castillo, la tenue luz del amanecer filtrándose por las ventanas, el eco de su propio grito todavía rondando en su mente. Por un instante, no pudo discernir si seguía soñando o si había regresado a la realidad.
Deimos irrumpió en la habitación con una rapidez alarmante, sus ojos dorados estaban ardiendo con preocupación. Llevaba las garras expuestas, como si se hubiera preparado para enfrentar una amenaza inminente, pero al ver a Mia en la cama, temblando, su postura cambió de inmediato. Cerró las puertas detrás de él y cruzó la habitación en tres zancadas.
—Mia. —Dijo con urgencia, colocándose junto a ella y tomando su mano con firmeza. —¿Qué ocurrió? ¿Estás herida? —Inquirió ansioso
Ella lo miró, con sus ojos vio