Después del discurso de Mia, el silencio cayó sobre Velkan como un manto de plomo.
Las palabras de Mia aún resonaban en los corazones de su pueblo, grabándose en sus mentes como el juramento irrefutable de una líder que ya no estaba dispuesta a someterse a la voluntad de otros. Su figura de pie sobre las escalinatas del castillo parecía más alta, más imponente, envuelta en la luz fría de la luna, convirtiendo su presencia en una sombra inquebrantable contra el mundo que había decidido encerrar fuera de Velkan.
Por un instante, nadie se movió, pero luego, la tensión explotó.
—¿Y qué significa esto para nosotros? —La voz de un joven en la multitud tembló con nerviosismo, sus palabras apenas eran audibles. —¿Vamos a vivir encerrados para siempre?
Mia giró la cabeza, con sus ojos blancos brillando con intensidad, su expresión indescifrable.
—Vamos a vivir protegidos. Vamos a sobrevivir. Vamos a ganar. —Sentenció con una voz que no dejaba espacio para el debate.
Un murmullo recorrió a los