El lunes llegó con el peso de un millón de miradas clavándose en mi espalda.
No podía dar un paso sin sentir los susurros a mi alrededor, las risas ahogadas, los codazos entre la gente que esperaba ver el espectáculo del día. No era un secreto lo que había pasado en La Mala. No cuando todos se quedaron viendo cómo aguanté cinco minutos en el ring con la campeona.
Pero eso no era lo que tenía a la escuela entera al borde del asiento.
La apuesta.
Santiago tenía que pedirme salir.
En público.
Donde todos pudieran verlo.
Y yo estaba más que lista.
Porque si algo sabía de Santiago, era que cumpliría. No importaba cuánto le costara. No importaba que su maldito orgullo estuviera de por medio. Él no era un cobarde, y no iba a huir de esto.
Así que esperé.
Durante toda la mañana, sentí su presencia. Como siempre. Santiago nunca se acercaba demasiado, nunca me abordaba de frente, pero yo sabía que estaba ahí.
Lo sentí en los escalofríos que recorrían mi piel cuando lo so