Capítulo 14

El silencio gritaba más fuerte que cualquier tormenta. Las nubes retumbaban salvajemente en el cielo oscuro, convirtiéndose en un lienzo grisáceo de oscuridad y tristeza mientras la lluvia caía fuerte y rápida.

Atenea se despertó sobresaltada por el trueno que hizo que todo vibrara con su inmenso poder.

Su cuerpo le dolía, en carne viva, magullado y exhausto. La tenue luz de las velas tallaba sombras irregulares en las paredes de piedra, burlándose de su cuerpo tembloroso mientras se incorporaba con un jadeo, aferrándose a la fina manta que lo rodeaba.

Sus ojos frenéticos escudriñaron la cámara, y estaba en las habitaciones de sirviente. Su corazón latía con fuerza en sus oídos.

Tenía la garganta en carne viva, los labios desgarrados, sus muñecas un anillo de fuego.

No recordaba haberse quedado dormida. Lo que recordaba era el calor salvaje de Ragnar. Su aroma la cubría por completo. Sus manos. Sus dientes. La sensación de su lengua abriéndose paso en su boca, saboreándola como si fuera su juguete, su presa y no una persona.

—No… —susurró con voz ronca, sacudiendo la cabeza mientras las lágrimas llenaban sus ojos y en cuestión de segundos corrían por sus mejillas.

¡Cómo se atreve!

¡Ese bastardo!

Sus dedos temblorosos tocaron los moretones que florecían a lo largo de su mandíbula, el lugar donde la había inmovilizado contra la pared, donde su aliento se había deslizado contra su piel mientras reclamaba sus labios.

Durante un par de segundos, se quedó allí congelada. Sin creer lo que había sucedido. Todavía estaba completamente vestida. No sabía qué pasó después de perder el conocimiento. ¿Quién la trajo a su habitación?

¿Le hizo algo después de perder el conocimiento?

Se le hizo un nudo en la garganta al pensarlo.

Se tocó la sangre seca del labio inferior y sintió un nudo en el estómago.

Atenea se atragantó con un sollozo y se tambaleó fuera de la cama. Le fallaron las rodillas, pero se obligó a ponerse de pie. No lloraría. Preferiría matarlo que morir.

Salió a trompicones de la habitación, con pasos frenéticos al entrar en el baño, agarrándose al lavabo de porcelana para apoyarse.

Respiró profundamente para calmarse, pero no le ayudaba.

Salpicándose agua, comenzó a frotarse. Con fuerza.

El agua salpicaba por todas partes mientras se pasaba la toalla áspera por los brazos, el pecho, el cuello, una y otra vez, hasta que la piel se puso roja y en carne viva y su ropa se mojó por completo.

—Lo mataré —susurró con la voz quebrada, frenética—. Quítame su olor.

Pero no pudo.

Su olor se había filtrado en su piel como un veneno.

Mientras tanto... Ragnar

El fuego se había apagado hacía tiempo en la chimenea, pero Ragnar no se había movido.

Estaba de pie en sus aposentos, con la camisa aún desabotonada, su aroma se aferraba a él como una droga que no podía purgar. Todo el lugar olía a ella. Tenía la mandíbula apretada, los ojos inyectados en sangre, los puños manchados con los restos de su control destrozado.

Todavía podía saborearla. Sus labios. Su sangre. Esos temblores. Sus suaves jadeos. Sus forcejeos.

En ese momento, no se sentía como la líder de la organización Omega. La asesina que intentó matarlo. Sino que se sentía suave, pequeña y tierna.

No podía dejar de pensar en sus suaves gemidos. La forma en que luchaba. El fuego en sus ojos incluso cuando se le quebraba la voz.

Lo estaba volviendo loco.

—¡Maldita sea! —gruñó, golpeando su puño contra la pared de piedra, agrietando la superficie.

No había tenido la intención de llegar tan lejos. Pero en el momento en que sus labios se abrieron en desafío, cuando se atrevió a burlarse de él... algo dentro de él se quebró.

Siempre estaba tan tranquilo y en control, ¿entonces cómo es que perdió el control de esa manera? Estaba más allá de su comprensión, porque en ese momento en particular su olor lo volvía loco, que si no se hubiera desmayado, no sabía qué podría haberle hecho.

Ella siempre era así. Siempre fuego. Siempre fría.

La chica que le había marcado la cara ahora le hacía perder el control solo por su olor.

Ragnar nunca fue tan débil. Siempre en control de todo.

Debería estar furioso. No, tacha eso. Estaba furioso consigo mismo, pero más que eso, estaba...

Hambriento.

Quería saborearla de nuevo.

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