Una escapada
La cena resultó mucho más acogedora de lo que Ana habría imaginado. Apenas cruzó el umbral del salón, las chicas que había conocido hacía menos de una hora en los baños la divisaron entre la multitud. Se pusieron de pie de inmediato y, sin pudor alguno, gritaron su nombre para llamarla. Varias cabezas se giraron. Ana sintió el rubor subirle al rostro un poco avergonzaqa, pero aun así caminó hacia ellas.
Tara ya le había apartado un lugar en la mesa, así que tomó asiento a su lado, todavía algo cohibida. No estaban solas. Frente a ellas había dos chicas más: si no fuera por la cicatriz que cruzaba el puente de la nariz de una de ellas, serían absolutamente idénticas. Ana las observó con los ojos muy abiertos, incapaz de disimular el asombro. La que no tenía cicatriz alzó una ceja, como si estuviera acostumbrada a ese tipo de reacción.
Además de las gemelas, cuatro hombres ocupaban el otro extremo de la mesa.
-Ella es Ana -Anunció Tara, dándole un leve golpecito en el brazo