Una escapada II
La conversación siguió, pero Ana apenas la escuchó. Las palabras de los demás se volvían lejanas, apagadas. Algo dentro de ella se retorcía con ansiedad, como si su loba necesitara aire, espacio, tierra bajo las garras.
Cuando terminaron de comer, la música comenzó en el salón. Algunos se levantaron a bailar, otros se acercaron a las chimeneas. Nadie pareció notar cuando Ana se puso de pie. Tara estaba riendo con Gora, Sigrid hablaba con un joven corpulento y Astrid discutía en voz baja con alguien más.
Ana salió sin que nadie preguntara adónde iba.
El pasillo estaba más frío que el salón, y cuando empujó la puerta exterior, el viento invernal la golpeó como una hoja afilada. La nieve crujía bajo sus botas a cada paso mientras avanzaba hacia el claro. Saludó a los guardias de la puerta, fuera de la gran fortaleza no había nada más que bosque. Aunque era extraño, no estaba prohibido salir por lo que no la detuvieron, sólo le advirtieron que regresara antes del cambio de