Dominar II
Ana empujó la carreta un tiempo hasta que se cansó, de todas formas ese hombre lo hacía sin mostrar una gota de sudor. Ella, en cambio, todavía tenía el pulso acelerado por la emoción, por ese descubrimiento que la hacía sentir viva. No podía evitarlo: cada nuevo paso que daba, cada intento por “sentir” eso dentro de sí, despertaba un cosquilleo que se extendía desde el pecho hasta los dedos. Además, desde el momento que recibió el apoyo de Charlotte todo el peso en sus hombros se había aligerado.
Ashven caminaba unos pasos adelante, tirando del trineo, cuando algo llamó su atención. Lo vio por el rabillo del ojo al costado del camino: el árbol más cercano, que momentos antes había estado desnudo por el invierno, parecía adornarse de un tenue brillo verdoso. No hojas, no realmente… más bien como si una capa delgada de vida se filtrara bajo la corteza, empujando hacia afuera. Incluso creyó ver —por un instante— que el tronco se curvaba apenas, como si creciera un par de cent