Agotamiento
Ana llevó la bandeja hasta una mesa vacía, agradecida por el silencio del comedor. Después del tumulto del salón de cuidadores, la quietud era como una caricia para los nervios como una suave brisa. Comió con prisa al principio, como si temiera que alguien llegara a pedirle un trozo de lo suyo, pero a medida que el hambre se saciaba, se tomó el tiempo de saborear bien aquel manjar. Sentía el cuerpo pesado, como si aún llevara colgando a los cuatro niños que la habían usado de columpio.
Unas pisadas suaves se acercaron. Ella levantó la mirada justo cuando Rak tomaba asiento frente a ella con una sonrisa fácil, de esas que parecían hechas para quitar tensiones.
-¿Primer día de trabajo y ya pareces una anciana? -Bromeó.
Ana soltó un suspiro que casi se le convierte en risa.
-Buenos días para ti también. -Dijo Ana. -No sabía que los niños eran tan… insistentes… La verdad, nunca he tratado con niños y no sé qué tal lo hice.
-Bueno no les caés mal, entonces. -Respondió Rak, apo