Trabajo Duro II
El sueño vino sin aviso. Como siempre, no traía consuelo, sino esos recuerdos que se clavan como espinas antiguas.
Primero fue una voz. Quebrada, desesperada.
-No puede ser… no puede ser nuestra bebé…
Luego, el llanto. No el de un bebé, sino el de una loba joven. Una madre rota. Un sonido que Ana no recordaba con la mente, sino con un corazón afligido.
El paisaje se volvió bruma, una habitación oscura, el olor a metal, el frío adherido a su piel pequeña. Una anciana inclinada sobre ella. Un susurro que apareció para arrancarla del sueño:
“Corre.”
Ana se incorporó de golpe. Su corazón latía rápido, como si quisiera liberarse. Tomó aire, pero el cuarto recién limpiado olía a polvo húmedo y madera, y eso no ayudó demasiado.
Había pasado tanto tiempo desde la última pesadilla que casi había olvidado cómo dolía despertar así, con la garganta tensa y las manos temblando.
No podía quedarse en la cama. No después de eso. No podía mantenerse acostada, quieta.
***
El salón de cu