Capítulo 2

El Precio de la Maldición II

La comida se reanudó. Las conversaciones también. Pero nada parecía festivo. Había tensión en cada palabra, ansiedad disfrazada en cada brindis y conforme pasaban los minutos, Ana comprendió lo más perturbador de todo. Aquel banquete, tan generoso en apariencia, era una ilusión desesperada.

Estaban gastando las últimas reservas.

Aún no había caído la primera nevada fuerte del invierno, y ya la despensa debía estar casi vacía. A juzgar por todo lo que había oído. Esa noche, la manada apostaba todo por una sola jugada. Ella era la pieza en el centro del tablero. El sacrificio disfrazado de invitada.

Y aunque nadie le había dicho nada aún, Ana entendió que su destino ya no le pertenecía.

No del todo.

La tensión en la mesa hacía imposible comer algo, el portavoz no parecía muy a gusto y tampoco se mostraba accesible, todo el que le hablaba recibía respuestas muy escuetas y sin mucho desarrollo. 

-Así que este es el gran festín con el que buscan impresionar a Imperial Moon. -Comentó con voz baja, pero clara, mientras su copa era servida con vino especiado.

-Es una muestra humilde de hospitalidad, portavoz Ashven. -Respondió el Alfa de la manada anfitriona, haciendo un leve gesto de respeto. -Sabemos que han enviado tributos mayores a otras regiones, pero el invierno ha sido largo… y…

Que poca vergüenza, pensó Ana .No sabía el nombre del Alfa de su manada, nunca lo había visto, pero el invierno recién comenzaba y además, estaba echando en cara que Imperial moon había ayudado a otras manadas.  

-¿Y por qué su manada está condenada a la escasez si no entregan algo a cambio? -Ashven elevó una ceja, girando la copa con desprecio entre los dedos. -¿Por eso están tan dispuestos a ofrecerme un trozo de carne disfrazado de doncella?  

El Alfa tragó saliva, sin responder de inmediato. Ana, a unos metros de distancia, los observaba con atención. A pesar del perfume y las joyas, sabía lo que era: una carga, un sacrificio envuelto en terciopelo.

-Ana. -Dijo Ashven, mirándola finalmente. -Ven.- El sonido de su nombre le heló la sangre y por un momento no respondió, dejó de funcionar.

Pero obedeció con paso lento, el vestido crujía a cada movimiento. Se detuvo frente a él, y Ashven la inspeccionó como quién evalúa un trabajo al que le puso mucho esfuerzo. 

-Me dicen que traes muerte donde caminas. Que desde que naciste no ha habido una primavera fértil en estas tierras. ¿Es cierto? -Sus labios se curvaron apenas. -Qué afortunado soy. Nunca me habían ofrecido una maldición tan bien peinada.

Hubo risas nerviosas, lejanas, como si nadie supiera si podía reír o no.

-Y aún así te arreglan como si fueras un regalo. Las joyas no ocultan la podredumbre, muchacha. Eres como un pozo seco cubierto de flores muertas. -Cuanta maldad. 

Ana sintió que le ardían las mejillas, pero no dijo nada. No quería aceptarlo, pero había oído a todos exponer su desprecio a ella, uno más no debía hacer diferencia.

-Tal vez tenga alguna utilidad en ti. -Continuó él. -Podrías calentar la cama de algún teniente aburrido. O darme el gusto de ver cuánto tarda en pudrirse alguien que se acueste contigo.

El silencio fue total. Ana no pudo contener la vergüenza de esas palabras y entonces, sin pensarlo más, tomó la copa de agua que había sobre la mesa y se la arrojó a la cabeza. 

El impacto fue seco. El agua corrió por su rostro, escurriéndose por su cuello y empapando el borde de su abrigo. Ashven parpadeó una vez, con lentitud.

Toda la mesa quedó en silencio, y sólo fue roto por las palabras del Alfa anfitrión, que le lanzó una mirada de furia a Ana:

-Qué niña idiota… -Espetó con molestia. Se puso de pie para regañarla antes de que fuera tarde, pero al llegar junto a ellos del otro lado de la mesa, notó como el agua comenzaba a tornarse negra, escurriendo por la piel como si arrastrara suciedad en el cuello del portavoz. 

Sin esperar más, el Alfa tomó la jarra de agua más cercana y la vació con violencia sobre la cabeza de Ashven, empapándolo completamente. Su cabello cayó como una cortina de nieve, revelando su verdadero color: blanco albino, brillante bajo las luces de las antorchas.

Un murmullo de asombro recorrió la sala como una corriente eléctrica. La furia del Alfa al ver que se trataba de un maldito más no fue contenida.

-¿Me quieres tratar de tonto? Sucio maldito -Escupió el Alfa, arrojando la jarra al suelo con un estruendo. Se lanzó sobre Ashven, tomándolo del cuero cabelludo con brutalidad.

Ana retrocedió un paso, horrorizada con la violencia y vio cómo la mano de Ashven se cerraba lentamente sobre el cuchillo que había usado para cortar su carne durante la cena. La tensión en sus músculos, el frío en su rostro impasible… todo indicaba que no dejaría pasar ese insulto.

Pero cuando Ana pensó en intervenir, cuando su mano rozó el cuchillo de mesa para defenderlo —o defenderse—, algo helado tocó su cuello.

Una hoja delgada, fría como el invierno de afuera, se deslizó sobre su piel desde atrás.

Uno de los guardias del Alfa estaba detrás de ella. Nadie lo había visto moverse. Pero ahora estaba allí, con la daga rozando su garganta.

-Ni un paso más -Susurró con voz gélida.

Ana se quedó inmóvil. El corazón le golpeaba contra las costillas. El Alfa la miró de una forma extraña… Ana no supo cómo interpretarlo, pero lo notó relajarse para luego empujar a Ashven hacía otro guardia que lo tomó por el cuello como a Ana. 

-Llevenlos al calabozo. -Ordenó y se giró a su manada. -Todos regresen a sus casas, el banquete terminó. 

-Te vas a arrepentir de esto, hombre. -Dijo Ashven en voz baja. Un golpe en el estómago lo dobló callando sus palabras. 

-¿Por qué lo haría? -Preguntó el burlista Alfa. -Eres un maldito ¿Quién se preocuparía por tí?

-Recuerda que soy un portavoz de Imperial Moon, Idiota… Será mejor que me sueltes. -Aconcejó manteniendose amable. 

-Tú no eres un portavoz. Acepto que me engañaste, me lo creí por un momento, pero la Manada de Imperial Moon no enviaría a un maldito a negociar. Te matarían antes que eso. -Ashven se rió con el Alfa, pero la furia que lo invadía le hizo gruñir en su dirección. 

-Mantente saludable. -Le pidió de forma retorcida, el Alfa sólo movió su mano echandolos del Salón. 

Al calabozo… Ana miró el cabello aún sucio con tinte mientras eran arrastrados por un pasillo que cada vez era más oscuro. 

Era una persona Maldecida… cómo ella. Pero ¿Cómo había llegado a pasar esto?

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