Cap. 3.2

     Volutas de calor emanan del cuerpo de Bruno, formando en éste una armadura romana bruñida en oro, rasgando su ropa y brotando de él una alas que parecían ser metálicas, la gente se va apartando, no solo con algunas expresiones de miedo y perplejidad, sino en adoración en servir a un emisario de Dios. Un cuchillo se posa en el cuello de Youlin, la arqueóloga empalidecida se estremece ante el contacto frío de la hoja y se percata de que no era nada más y nada menos que Luciano, ésta vez sin su expresión amable o alegre, otros hombres las despojan de sus armas, Bruno o mejor dicho Gabriel, como lo había llamado Darién, comienza a pasearse por el cuadrilátero, saboreando el triunfo, la venganza de haber sido burlado por el Nefilim varios siglos atrás, en varios encuentros debido a las misiones del Nefilim, humillando la moral del arcángel.

   

     Recordó haber llevado a un testigo para la corte del concilio para ser interrogado, Darién tenía la orden de ejecutarlo antes de llegar a dicho lugar, pasando por un templo construido de mármol blanco como la nieve, los pulidos azulejos armoniosos contrastaban con el hermoso paisaje natural plasmado en el suelo, lámparas colgantes en cada extremo de las altas paredes, con vista a un campo bien surtido de fauna silvestre, ríos y lagunas, silencioso y pacífico, armonía para los corazones, debido a la altura de aquel templo, se podían ver las intricadas calles de la parte baja de la ciudad, los acueductos recorriendo las calles, surtiendo cada punto, cada hogar, el enorme templo era muy parecido al templo del Sanedrín, pero más iluminado, con banderines en cada columna con los diferentes nombre de Dios, muchos eruditos entraban y salían del templo con la mirada puesta en el suelo y sus capuchas ocultando sus rostros, venían de orar, ángeles y arcángeles caminaban por los corredores de aquí para allá, siempre atentos, guardias apostados en cada columna, lanzas en mano, firmes e inexpresivos.

     Una sonrisa se cuela en unos labios, la capucha ocultando su rostro mientras se acercaba al grupo de escoltas, sus manos entre pergaminos y el ancho de las mangas de la toga ocultaban sus manos, torpemente dejó caer algunos pergaminos, se disculpó por su torpeza, uno de los escoltas se ofreció para ayudar, el hombre, sin dar a revelar su rostro, levantó la mano, disculpándose nuevamente, rechazando amablemente la generosa ayuda, Gabriel se burla del pobre torpe erudito, el hombre vuelve al grupo de escoltas levantando uno de los tubos de pergamino, el testigo se da una fuerte palmada en su cuello, mira al erudito que caminaba a pasos algo apresurados, pero tranquilo, organizando sus pergaminos, el testigo cae al suelo con la mirada en blanco dando convulsiones, emanando de su boca, nariz, ojos y oídos oscuridad, veneno de oscuridad, pesadillas de una muerte lenta y dolorosa, un veneno que mataba el espíritu, dejando intacto el cuerpo.

     Gabriel repara en la dirección donde se había marchado el erudito y da la alarma para buscarlo, los guardias se ponen en alerta buscando al erudito, quitando capuchas para revelar los rostros, Gabriel corría por cada pasillo, buscando en cada rincón, pero nada de aquel extraño y sus pergaminos, llegando a uno de los jardines del templo, encontró los pergaminos regados en el suelo, pero nada del erudito, una nota, una nota entre ellos. ─ Fue un placer ridiculizarte, por cierto, linda falda, atentamente “D” ─.

     La nota se quemó en la mano del arcángel, él encontraría al maldito que lo había hecho, solo alguien tan loco en el universo podría hacer tal jugada tan arriesgada, y su conclusión fue la más certera, aunque de nada le iba a servir con el concilio respirando en su cuello, sin pruebas, solo una nota quemada y un erudito sin rostro, no tenía nada para justificar sus teorías, porque solo eran eso, teorías.

     Darién se mantuvo impasible, atento, para Rosa, la masacre era inevitable. ─ Ahora, Darién, no te pediré que te rindas, ni mucho menos que implores, solo que… mueras, no te esfuerces en hacer algo, este cuadrilátero, se podría decir que…  no te favorecerá ─. El Nefilim vuelve a escudriñar los extraños grabados plasmados en el suelo, luego sonríe con ironía. ─ Linda falda ─. Señaló el Nefilim con un dedo, y con la misma arrogancia señaló mirando al suelo. ─ Y para serte honesto, creí que eran adornos para hacerlo un poco más alegre para los ojos, pero ya basta de estupideces, suéltalas ─.

     Al escuchar tal petición Gabriel suelta una carcajada sin diversión, en las comisuras de los labios de Darién se muestra una sonrisa, en cambio en la cara de Gabriel va desapareciendo poco a poco al ver como Darién va cambiando en su estado, van apareciendo partes de una armadura negra, cubriendo solo pecho, muslos, hombros, antebrazos y unas botas protegiendo de las rodillas para abajo, una armadura negra que absorbía cualquier indicio de vida y luz, en su espalda sus espadas, y una de ellas era la espada de su padre. ─ No lo volveré a repetir ─. Advirtió el Nefilim tan gélidamente que a Rosa le pasó un escalofrió por toda su espalda.

      El sudor corría por el cuello y espalda de Renata, tratando de no secar sus palmas de sus vaqueros, un mínimo movimiento y estarían muertas, su miedo se podía sentir a kilómetros, por otra parte Youlin trataba de razonar con Luciano, pero solo logró que éste le afincara un poco más el filo del cuchillo por su garganta haciéndole un ligero corte, el olor a sangre inundó las fosas nasales del Nefilim haciendo que perdiera prácticamente el control, sus cuerpos desaparecen entre luces y estrellas, sumergiendo el coliseo en un silencio expectante y sepulcral.

     Solo fueron cuestiones de latidos cuando un gran estruendo sonó desde las alturas y una parte del Coliseo, una enorme piedra, cayó en el centro de la arena, algunos de los bendecidos comenzaron a correr despavoridos, y en ese segundo de descuido Renata aprovechó para soltarse, dándole un fuerte pisotón seguido de un cabezazo con su nuca, luego un codazo por el plexo solar, y por último una serie de golpes que dejaron al hombre aturdido, la confusión reinó, Rosa hizo lo mismo que su hermana, solo que finalizó con una patada en el entrepiernas de su captor, en cambio Youlin solo terminó con un labio partido por un golpe de la empuñadura del cuchillo de Luciano, éste se abalanza nuevamente hacia la arqueóloga, Youlin con un jadeo por el susto saca la daga oculta de la manga de su chamarra, lo que no vio venir él, fue la estocada con la daga que fue a parar directo a su corazón, éste jadea en agonía quedando el cuerpo de Luciano sobre ella mientras que Rosa y Renata luchaban a muerte con los trucos que les había enseñado Darién, Rosa ríe con picardía, emocionada al ver que si funcionaban, otro estruendo, una pared se agrieta, una columna cae sobre uno de los bendecidos, mujeres y hombres corrían por todas partes para salvaguardarse, otros se quedaron de rodillas con sus manos extendidas al aire para recibir la merecida recompensa.

     Otro silencio se cruza, las muchachas recuperan sus cosas en guardia con la respiración agitada miraban a todas partes, a pesar de escuchar en la lejanía voces y gritos desesperados, Renata supo en ese latido que era el momento de huir, no supo cómo, pero lo sentía, sentía la voz de Darién gritándole de alguna manera que se fueran, que corrieran, y así fue, tomó de las manos a su hermana, ayudó a la arqueóloga quitarse el cuerpo de Luciano de encima y salieron de aquel lugar. ─ ¡El sello! ─. Gritó Youlin deteniéndose en seco por uno de los corredores, mirando a cada una con los ojos abiertos como platos. ─ ¡No tenemos tiempo! ─. Refuta Rosa sobre los estruendos del derrumbe que volvieron a estremecer al lugar. ─ ¡¿Qué pasa?! ─. Pregunta Youlin encima del ruido. ─ ¡Es Darién! ─. Contesta Renata tomando de la mano a la arqueóloga, volviéndose a enfilar a la carrera. ─ ¡Pero el sello! ─ ¡Ya es tarde, Youlin!, ¡hay que salir de aquí! ─. Gritó Rosa bajo los estruendos del derrumbe.

     Piedras, muros, columnas caían por doquier, muy cerca de ellas, el piso se agrietaba con todas las intenciones de tragarlas mientras ellas corrían por salvar sus vidas, esquivando grandes piedras, cubriéndose con sus brazos sobre sus cabezas, un bendecido aparece de la nada atacando con un tridente, Rosa evita el golpe por los pelos, doblando su cuerpo hacia atrás dejándolo a casi 90 grados pasando las puntas del tridente muy cerca de su cara, Renata rápidamente corta el palo de aquella arma con su sable y Youlin le propina un fuerte golpe con una tabla que encontró al caer al suelo cuando se resbaló para evitar el golpe de aquel bendecido.

     ─ ¡¿Qué hiciste el puñal?! ─. Preguntó Renata sin dejar de correr entre jadeos. ─ ¡Aquí lo tengo! ─. Contesta Youlin de igual forma, sintiendo su corazón retumbar en su cabeza. ─ ¡¿Por qué no lo usas?! ─ ¡Se me puede perder! ─.

     Más bendecidos caían como moscas siendo aplastados por columnas y rocas o asesinados bajo la espada de Rosa o Renata, para ellas era inevitable, eran sus vidas o las de ellas, eso lo tenían más que claro, fueron las enseñanzas de Darién las que reverberaban en sus mentes. ─ Ellos no dudarán en matarlas o comérselas o lo que sea que quieran con ustedes, o son sus vidas o las de ellos. Ustedes eligen. Ya no somos un trabajo de transporte y escolta, son un grupo y deben cuidarse mutuamente ─.

     Esas eran las palabras de Darién delante de ellas como un general, y así era, sus palabras de alguna forma se encargaron de inspirarlas, y más por Renata que lo veía con amor y admiración a partes iguales, puros corazones brotando de sus ojos, Rosa asentía comprensivamente mientras que Youlin, en ese momento, prestó mucha atención a sus palabras debido a las experiencias anteriores, las cuales, se habían jugado sus vidas; ya no eran unas simples peluqueras y una arqueóloga, ahora eran dos peluqueras guerreras… y una arqueóloga.

     El estruendo se detuvo, ya no habían bendecidos por ninguna parte, pero solo era cuestión de tiempo para que aparecieran los poseídos o alguna otra cosa que quisiera matarlas o algo peor, Renata se resbala cruzando por un pasillo, Youlin la ayuda a levantarse rápidamente evitando que le cayera una gran piedra encima.

   

     Un fuerte impacto destroza una pared en la parte baja del coliseo, en la arena, o donde se suponía que debía estar, aparecen dos siluetas, una de las siluetas era la de Darién levantándose de los escombros, y el otro del arcángel sobre una pared mirando de soslayo y arrogancia al Nefilim, Renata se llena de angustia al ver que de la boca de Darién brotaba algo de sangre, ¡sangre!, era imposible, el sello no se rompería con su sangre, hecha una furia Renata saca su arma, la pistola que le dio Darién, apunta al arcángel, Darién le grita en advertencia no entrometerse, señalándola con un dedo, mirándola de soslayo, sus ojos rojos fundidos con el azul-plata, Renata se estremece ante tal grito, él nunca le había gritado de esa manera, ella solo quería ayudarlo, Rosa se percata que esta vez Darién no sonreía, toma la mano de su hermana y se la lleva a rastras, Renata no podía despegar los ojos de Darién mientras trastabillaba por ser llevada a rastras por su hermana, este se mantenía quieto con la mirada puesta en Gabriel, en cambio el arcángel tenía en su rostro una sonrisa triunfal. ─ Ya veo, solo me estabas distrayendo ─. Entendió el arcángel riendo por lo bajo. ─ No, solo estaba calentando, ahora voy a pelear en serio ─. La sonrisa de Gabriel vuelve a desaparecer.

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