Lía estaba parada frente a la puerta, tenía la blusa rota de un lado, en su mano tenía una navaja que estaba manchada de sangre, Freja se la había regalado hacía años, una navaja que siempre llevaba por seguridad, esa noche cuando salió de la mansión Skarsson, la había guardado entre su ropa.
En el piso estaba tirado el hombre que la había atacado, se retorcía en medio de un charco de sangre, se quejaba y se llevaba las manos a un lado donde había una herida, Lía no podía dejar de ver la sangre mientras su cuerpo temblaba.
—¡Lía! —Gritó Mikkel.
Ella siguió con la mirada fija, parecía que no lo había escuchado, él se acercó rápidamente y trató de abrazarla, Lía reaccionó como un animal acorralado.
—¡Suéltame! —gritó y sin pensarlo, giró la navaja hacia Mikkel.
Mikkel logró esquivar el ataque y le quitó la navaja de las manos.
—Tranquila, Lía, soy yo, Mikkel, ya estás a salvo —dijo en un tono bajo, tratando de tranquilizarla.
Ella seguía temblando, Mikkel ordenó a uno de sus guardias.