Él, cansado por la situación, se detuvo a medio parque, dispuesto a enfrentarla.
—¿Qué quieres? —le preguntó.
Julieta, cansada y con las mejillas ruborizadas por el sofoco, intentó recuperar la compostura mientras se acercaba a él.
Era una chica que resaltaba por su gran belleza: alta, rubia, ojos grises, de piernas largas. Podría decirse que era una supermodelo, viajaba alrededor del mundo desfilando para las mejores marcas de lujo como Prada o Gucci. Aunque para Oliver siempre había sido su niña pequeña, la que cuidaba y consentía, su hermanita, la eterna consentida.
Pero ahora nada más se limitaba a la mujer que le dio la espalda cuando le pidió ayuda en su momento más difícil.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué me ignoras? —preguntó Julieta.
—¿Qué intentas, Jul