La respiración del joven se volvió pesada y sus ojos se inundaron de lágrimas.
—Después de la gran vergüenza que le hiciste pasar a esta familia, ¿tienes la osadía de creer que puedes ser recibido? —siguió diciendo la mujer con tono seco.
—Únicamente he venido por mis cosas —trató de explicar él, pero su madre estaba tan alterada que no lo escuchaba.
—Aquí no tienes nada que sea tuyo —lo interrumpió—. ¿Acaso no lo entiendes? Tú no tienes nada, ya lo perdiste todo. Lo único que puedes encontrar en esta casa es la gran deuda que creaste con todos…
—¡Oiga! —gritó Lía, impotente por lo que estaba escuchando, caminó a grandes pasos y se interpuso entre Oliver y la mujer—. ¡¿Quién rayos se cree para hablarle así a su propio hijo?!