Ante la mirada atónita de Leandro, continué:
—Leandro, me das asco.
Él, furioso, se abalanzó hacia mí, pero mi hermano mayor lo empujó con fuerza, haciéndole perder el equilibrio.
—¡Ya me disculpé! ¿Qué más quieres?—rugió— Tú antes no eras así... Tú siempre...
No terminó la frase, pero yo ya lo entendía.
Me acerqué. Al ver mi proximidad, una sonrisa de esperanza floreció en su rostro. Hasta que mi mano se estrelló contra su mejilla.
La expresión incrédula que le siguió me arrancó una risa.
—¿Acaso creíste que con disculparte yo te perdonaría? ¿Que volvería contigo?Antes te amé tanto que abandoné mi país por ti, te di un hijo, soporté el desprecio de tu familia incluso cuando entrabas una y otra vez en la habitación de Daniela. Pero deberías saberlo, Leandro, el amor se desgasta. ¿De verdad esperabas que siguiera amándote después de todo?
Mis palabras lo hicieron retroceder hasta caer al suelo.
Cuando nuestros ojos se encontraron, él no vio ni rastro del amor que alguna vez bril