286. Rumores siempre habrá.

La noche huele a vino derramado y a sudor de intrigas, a esa mezcla agria que deja la traición cuando todavía no ha terminado de consumarse. El palacio respira con lentitud, como si cada muro contuviera la respiración, temeroso de que un suspiro revele demasiado. Las antorchas arden con un temblor indeciso; la luz se curva sobre los tapices y los convierte en espejos deformes, donde cada rostro parece otro, y cada sombra, un enemigo.

Camino descalza por los corredores de mármol, dejando que el frío del suelo me mantenga despierta. La corte duerme —o finge hacerlo—, pero yo sé que los verdaderos movimientos se hacen en silencio, bajo la superficie del sueño. Las guerras no se ganan con ejércitos sino con cuerpos, y yo he aprendido a usar el mío como un arma, como un juramento, como una llave que abre incluso las bocas más cerradas.

El vestido que llevo es apenas una insinuación: seda negra, ligera como humo, que se adhiere a la piel con la humedad del aire. No necesito joyas; la marca
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