Cap. 32 No, preciosa. Ya no me voy.
Petra, con ojos cansados, pero llenos de alivio, le sonrió débilmente desde la butaca donde mecía a la niña. Alicia estaba despierta, pero quieta, la cabeza recostada contra el hombro de la nana. Su carita, aún pálida y con ojeras, se iluminó débilmente al ver a su madre.

—Mami... —susurró, una vocecita débil como el aleteo de un pajarito.

Fue como si una cuerda que mantenía tenso el corazón de Alba se rompiera. Cruzó la habitación en tres zancadas y, con una ternura infinita, tomó a su hija de los brazos de Petra. La envolvió en un abrazo que era promesa, disculpa y juramento todo en uno. Enterró su rostro en el suave gorrito de la niña, inhalando su esencia, esa fragancia única a bebé que era el aroma de su propia vida.

—Mi amor, mi vida —murmuró contra su orejita, sus palabras ahogadas por la emoción.

—Lo siento, lo siento mucho, mi cielo. Mami está aquí. Ya no te dejaré.

Alicia se aferró a su cuello con sus bracitos delgados, una fuerza renacida en su agarre.

—No te vayas, mami —mu
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