Andrés sabía que quizás todo era un sueño.
Si pudiera, desearía que ese sueño nunca terminara.
El tiempo pasó volando.
El otoño en Puerto Cristal siempre era corto, y en un abrir y cerrar de ojos llegó el invierno.
El día de inicio del invierno, Fabiola llamó a Sonia para invitarla a cenar a casa de los Campos.
Antes de que Sonia pudiera responder, Fabiola continuó: —Ah, ¿escuché que estás embarazada? La abuela está feliz con la noticia, y además, hace mucho que no vienen por aquí, ¿verdad?
—Si no quieres venir, no hay problema, iré yo a Villa Azulejo. Tengo que hacerle llegar el cariño de la abuela.
—No le dejaba opción para negarse.
Sonia apretó los labios y finalmente aceptó.
Cuando Andrés regresó de la reunión, ella le contó la noticia.
Andrés frunció el ceño: —¿Aceptaste?
—Sí.
—Bueno, entonces vamos juntos en la noche.
Mientras decía esto, Andrés le entregó una tarjeta de invitación: —Acabo de recibirla, mírala.
Sonia se sorprendió, pero tomó la tarjeta de forma casi automática.
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