Cuando Sonia terminó de hablar, la mano que apretaba su cuello se aflojó de repente.
Andrés seguía mirándola, pero retrocedió varios pasos.
Entonces, sonrió.
—Oh, así que es eso —dijo—. Sí... yo lo sabía desde hace tiempo.
—En realidad, Sonia, tu actuación nunca fue tan buena.
—Si nunca dije nada fue porque yo... estaba dispuesto a dejarme engañar.
—Pero ya que elegiste engañarme, ¿por qué... no seguir con la mentira? ¿Por qué...?
—Porque ya no tiene sentido —interrumpió Sonia—. A estas alturas, seguir fingiendo... sería ridículo.
—¿Acaso no parezco ridículo ahora? —Andrés la miró fijamente—. ¿Por qué... hacerme esto?
—Ya te lo dije, te odio.
La respuesta de Sonia fue directa y contundente.
Andrés la observaba, pero de pronto recordó una frase: del amor al odio hay un paso.
Sin embargo, en ese momento no pudo ver emoción alguna en los ojos de Sonia.
Y entonces comprendió que lo que ella sentía por él... no era eso.
Era simplemente... odio puro.
—¿Es por lo del bebé? —preguntó Andrés—.