De repente, un sonido sordo y pesado resonó en el fondo del templo, como si algo de proporciones colosales se estuviera arrastrando o moviendo con dificultad. El eco vibró en sus huesos. Los caballeros se pusieron en guardia al instante, sus cuerpos tensos, sus mentes gritando "peligro".
—¿Qué… qué fue eso? —preguntó uno de ellos, su voz un murmullo tenso, la mirada fija en la oscuridad insondable. —No lo sé —respondió Arya, su voz, antes cautelosa, ahora era un filo de acero, cortando el miedo incipiente—. Pero debemos prepararnos para lo peor. Esto es demasiado fácil. Justo en ese momento, una silueta ominosa emergió de las sombras más profundas. Un grupo de estringes, que hasta entonces yacían inertes, comenzó a cobrar vida con un crujido espeluznante de huesos y carne. Sus ojos vacíos se encendieron con una luz roja intensa, como brasas infernales. Con un grito gutural, un coro de pesadillas hechas carne, se lanzaron hacia el grupo.