La Debilidad Inesperada
Los días en la ciudad habían transcurrido con la celeridad de un río desbordado. Por todos los reinos se había expandido la voz de lo sucedido en Astara, y ya el pueblo entero se había enterado de lo acontecido a puertas casi cerradas en el castillo: la osadía de un señor hacia la Corona y la heredera de nuestra tierra, la gran Princesa Amaris. La noticia, sin duda, había reforzado la autoridad de la Reina Madre y, a su vez, la posición de la Princesa.
Suspiré, el aire caliente de la mañana llenando mis pulmones, antes de terminar de alistar mi espada. Mis ojos ardían por la fiebre; el entrenamiento de los últimos días había sido arduo y mi cansancio podía reflejarse en mi rostro, demacrado y pálido bajo la piel curtida. Pero el día de hoy, mi deber era primordial. La Princesa se presentaría en el balcón junto con su madre y abuela para dar inicio y bienvenida a las personas a la feria que se celebraría en el castillo, un evento que se llevaba a cabo una vez al