Luciana se miró en el espejo de su habitación por quinta vez en diez minutos. El vestido de seda color borgoña se ajustaba perfectamente a su cintura antes de caer en una falda fluida que rozaba sus rodillas. El escote era modesto pero el corte dejaba su espalda descubierta hasta la cintura, la piel pálida contrastando con la tela oscura. Se había puesto su chaqueta de cuero negra encima y botines de tacón que agregaban cinco centímetros a su altura.
—¿Por qué estoy haciendo esto? —murmuró a su reflejo.
Su teléfono vibró sobre la cómoda con un zumbido que cortó el silencio.
Stefan: "Estoy en la esquina. Sin prisa."
Luciana bajó las escaleras, sus tacones golpeando el mármol en un ritmo que sonaba demasiado fuerte. La señora Harrington limpiaba la sala con demasiada concentración, el paño moviéndose en círculos perfectos sobre una mesa ya impecable.
—¿Salida nocturna, señorita Luciana?
—Solo una cena.
—¿Con el señor Vanderbilt?
Luciana se detuvo con la mano en el picaporte.
—¿Cómo...?
—