Lucía
Regresar a la mansión después de la salida con Nico y Dante debería ser reconfortante, pero mi mente está enredada.
No dejo de darle vueltas a los pequeños gestos de Dante. El hombre que parecía tan distante, casi inhumano en su frialdad, hoy fue diferente. Aunque su tono seguía siendo cortante, hubo algo cálido en su interacción con Nico.
Camino junto a ellos por el gran salón, donde las luces del candelabro proyectan destellos sobre el mármol pulido.
Nico corre emocionado, sus pasos resonando en el aire, hasta detenerse frente a Dante.
La sonrisa en el rostro de mi pequeño ángel es enorme, hace mucho tiempo que no lo veía tan feliz, la enfermedad pareció irse llevando poco a poco todas sus alegrías y el desprecio de Esteban casi termina de hacer desaparecer al niño que traje al mundo.
Pero ahora, aquí, es como si mi niño hubiese renacido.
—¡Gracias por llevarme con Santa! —dice mi hijo, abrazando las piernas de Dante con fuerza—. ¡Y por traducir mi deseo!
Me detengo, observan