Lucía
—¿Qué te ha traído a la guarida del diablo, Lucía?
Siento que mi cuerpo entero se tensa al escucharlo: la guarida del diablo.
Él no tiene ninguna intención de ocultar quién es. Lo que es, por el contrario parece más decidido que nunca en recordarme en cada oportunidad en dónde he decidido quedarme y no se cómo interpretar aquello.
El aire en el despacho se siente pesado, cargado de una tensión que parece envolverlo todo. A pesar de su seriedad constante, hoy hay algo distinto en él, algo que no sé descifrar, pero no estoy dispuesta a retroceder.
Ni siquiera ante su pregunta intimante. Ya estoy aquí, y no pienso irme sin intentarlo.
Él me observa desde detrás de su escritorio, sus ojos grises fijos en mí, evaluándome como si estuviera decidiendo si valgo la pena o no.
Es intimidante, lo admito, pero no puedo dejar que eso me detenga. Respiro hondo y hablo antes de que mi valentía me abandone.
—Me gustaría que me permitas ayudar en la casa —digo con suavidad, pero sin tit