La puerta del cuarto se cerró detrás de nosotros con un clic suave. Christian caminó directamente al baño, desabotonando la camisa ensangrentada con movimientos bruscos. Lo seguí vacilante, aún procesando los eventos en el jardín.
—Quítate la camisa —dije, entrando al baño espacioso donde ya había abierto el botiquín de primeros auxilios—. Necesito ver cuánto daño te causó.
Christian me lanzó una mirada que mezclaba agotamiento y una terquedad casi infantil.
—Estoy bien. Es principalmente su sangre.
—Quítate la camisa —repetí, mi voz firme—. Ahora.
Algo en mi tono debe haber dejado claro que no aceptaría discusión. Con un suspiro resignado, se quitó completamente la camisa arruinada, revelando el torso que, incluso en esas circunstancias, no dejaba de ser impresionante. Sin embargo, mi atención fue inmediatamente atraída hacia una mancha morada que comenzaba a formarse en sus costillas del lado derecho.
—Solo un moretón —murmuró, notando mi mirada.
—Y tu cara —señalé el corte en