Capítulo 4: El Regreso del Acero

Valeria salió de la Sala de Juntas Ejecutiva B de Blake Capital Group con la misma elegancia gélida con la que había entrado, el Director de Personal se apresuró a seguirla, balbuceando sobre los papeles de incorporación, ella lo detuvo con un gesto imperceptible.

—Envíelos a mi dirección temporal, señor y dígale al señor Blake que espero el informe de rendimiento de su departamento en mi escritorio antes de las ocho de la mañana, mañana.

Su tono no era una solicitud; era una orden, el director asintió, su rostro una mezcla de admiración y terror, era exactamente la reacción que buscaba.

Ella había ganado la infiltración, el puesto era suyo.

Pero mientras caminaba por el pasillo de mármol pulido, su mandíbula estaba tensa, el encuentro con Leonardo la había desequilibrado por un microsegundo, no por su presencia, que era tan imponente como siempre, sino por la sonrisa, esa leve, casi imperceptible vacilación que había pasado por sus ojos al verla ¿La había reconocido? ¿Había visto a la Valeria de hace cinco años bajo el traje de Valeria V. Serrano?

"No, imposible, él no recuerda los detalles de su 'daño colateral'."

Esa duda, sin embargo, era un peligro, un pequeño fallo de memoria podría desmoronar su armadura, necesitaba purgar la adrenalina, reafirmar el juramento, necesitaba tocar la herida que la había creado.

Elsa la esperaba en la planta baja, lista con el coche.

—Doctora Serrano, su agenda para la noche está despejada.

—Cancela la cena con el fondo de inversión suizo, Elsa, y necesito que me lleves a la calle Treinta y Seis, la antigua ubicación de la Torre Veras.

Elsa, que conocía la historia sin los detalles emocionales, simplemente asintió y marcó la dirección, nunca preguntaba, nunca juzgaba.

El viaje fue silencioso, roto solo por el murmullo del tráfico de la tarde, Valeria cerró los ojos, pero en lugar de oscuridad, veía el brillo maldito del anillo de compromiso abandonado en el ático, justo al lado de los mensajes que la habían condenado.

Habían pasado cinco años, pero el dolor era tan fresco, tan vivo, que sentía el pinchazo de ese recuerdo como si la estuviera acuchillando, ella había sobrevivido, había reconstruido sus finanzas, había refinado su mente pero el fantasma de su padre, el peso de su traición, la obligaban a mantener el juramento.

El coche se detuvo, Elsa se adelantó para abrir la puerta, pero Valeria la detuvo con un leve movimiento de la mano.

—Espérame en el coche, Elsa, esto es... personal.

Valeria salió a la acera, la calle Treinta y Seis había cambiado, pero la Torre Veras, no.

El edificio no había sido demolido, lo cual era un insulto aún mayor, Leonardo, en un despliegue de su cruel estilo corporativo, lo había mantenido en pie, pero lo había convertido en un almacén de documentos inactivos para Blake Capital Group, el mármol de la fachada estaba sucio, las ventanas, cubiertas con rejillas de metal gris, y el elegante letrero de bronce con el nombre "Veras Consulting" había sido arrancado, dejando solo las marcas oxidadas de los tornillos.

Donde antes había vida, reuniones de último minuto y el olor a café y ambición, ahora había un silencio pesado, el silencio de una tumba.

Valeria caminó hacia la entrada principal, estaba flanqueada por dos enormes contenedores de basura industrial y una cadena oxidada que impedía el paso de vehículos, se detuvo justo donde solía estar el atrio, donde ella y su padre compartían un ritual matutino de café y planes.

El dolor regresó con una intensidad visceral, no era el dolor de la traición romántica, sino el dolor del legado destruido, recordó a su padre, un hombre que había construido ese imperio desde cero, confiando en el yerno que le había prometido no solo a su hija, sino también la prosperidad de su empresa, recordó la última vez que lo había visto, antes de que la enfermedad lo venciera, mirando con ojos vacíos el informe de la adquisición, incapaz de comprender cómo su propia hija había sido el arma de su destructor.

Se acercó a la pared donde se apoyaba la cadena, la tocó, el óxido manchó sus guantes de piel de cordero gris, ella lo sintió, era la suciedad de la derrota, la prueba física de que la promesa de Leonardo no era proteger, sino aniquilar.

Prometí que regresaría, papá —susurró, la voz apenas audible en el murmullo de la ciudad, por primera vez en cinco años, la impecable Doctora Serrano dejó que una fisura apareciera en el muro de Valeria.

Se agachó junto a la pared, un trozo de mármol blanco se había desprendido del revestimiento, una pequeña astilla que guardaba el recuerdo de la arquitectura original, lo recogió, era pesado y frío, un fragmento de su antigua vida.

Valeria se había pasado los últimos años diciéndose a sí misma que la venganza era lógica, que era una transacción fría para recuperar el capital perdido, pero al mirar ese mármolo sucio, al recordar el perfume a jazmín en la camisa de Leonardo, entendió la verdad más profunda: la venganza era el único camino que le quedaba para honrar a su padre y silenciar la culpa por haber sido tan ciega.

Se levantó, su cuerpo se sintió invadido por una nueva oleada de frialdad, esta frialdad no era superficial; se había instalado en su tuétano, congelando cualquier rastro de la antigua Valeria.

"El dolor es el recuerdo de tu propósito, no lo entierres, Úsalo."

—Tu juego terminó el día que yo firmé, Leonardo —dijo, esta vez en voz alta, sin importarle que la escuchara el viento—. Pensaste que el corazón valía menos que la firma, mañana lo descubrirás.

Apretó el fragmento de mármol tan fuerte que sus uñas casi se rompieron a través del guante de piel.

Regresó al coche con los ojos fijos en el horizonte, ya no miraba la ruina, sino el objetivo: la Torre Blake, un monolito de acero y vidrio que se alzaba desafiante en el horizonte.

—Elsa —dijo Valeria, deslizándose en el asiento trasero.

—¿Sí, Doctora Serrano?

—Cuando lleguemos al apartamento, quiero que contactes a mi contacto legal en Ginebra. Revisa el Acuerdo de Adquisición original de Veras Consulting, quiero que encuentre la cláusula de penalización por mal uso de activos intangibles.

Elsa, sin inmutarse, encendió su tableta. —Entendido. ¿Algún sector específico?

—El dinero no es suficiente —Valeria se quitó el guante manchado de óxido y se frotó el anillo de platino en su dedo, reestableciendo el ritual de la mujer de acero—. Quiero que encuentre la forma de destruir su reputación, quiero que lo golpee donde más le duele: su legado, su nombre, que se sepa que Leonardo Blake, el intocable, es un hombre capaz de usar el amor de una mujer para robarle a un moribundo.

La sed de venganza no era un fuego rápido y furioso; era un hielo lento y corrosivo, había tomado cinco años refinar esta frialdad, y la visita a las ruinas de su vida había completado la transformación.

—Doctora Serrano, ¿la estrategia de inmersión de campo sigue siendo válida? —preguntó Elsa, usando la terminología que habían acordado para el plan de asistente personal.

Valeria la miró, sus ojos eran duros, sin reflejo.

—La estrategia es más válida que nunca, la única forma de encontrar una falla de seguridad en el imperio de Blake es estando a menos de un metro de él, voy a ser su sombra, voy a ser la mano que firma sus documentos, la voz que le recuerda sus citas, el único punto ciego en su control y no descansaré hasta que el mundo sepa que él es la peor clase de ladrón: el ladrón de corazones.

Valeria respiró, el aire frío de octubre se sentía refrescante, casi estimulante, había visto el cadáver de su antigua vida, el dolor había sido real, sí, pero no había provocado lágrimas, había provocado determinación, la Doctora Valeria V. Serrano no solo iba a ser la asistente de Leonardo Blake; iba a ser su verdugo paciente.

La noche cayó sobre Manhattan, y con ella, la calma absoluta en el alma de Valeria, su corazón ya no temblaba de odio ni de deseo; latía con un ritmo constante, el tambor de la guerra inminente, mañana, regresaría al ático, pero esta vez, no como la novia ingenua, sino como la traidora perfecta.

De vuelta en su apartamento minimalista, Valeria realizó una última inspección, sacó de su maleta de mano la única cosa que no era un documento o ropa: una fotografía pequeña y descolorida, una foto de ella y su padre, sonriendo frente al letrero de Veras Consulting, el día de la inauguración.

Tomó la foto y el pequeño fragmento de mármol sucio que había recuperado de las ruinas, en lugar de guardarlos, los colocó en su mesita de noche.

—Que la visión de mi propósito sea lo último que vea esta noche y lo primero que vea mañana —se dijo a sí misma.

Sabía que, en las próximas semanas, la proximidad con Leonardo sería una tortura, su perfume, su arrogancia, la forma en que su cuerpo se movía, todo diseñado para recordarle la ilusión que había vivido, pero ahora, cada vez que su corazón quisiera temblar por el recuerdo del amor, ella miraría ese trozo de mármol y recordaría la ruina.

Revisó su currículum falso por última vez, cada línea era impecable, cada referencia, a prueba de bombas.

"Valeria V. Serrano: Analista de Riesgos, especialista en debilidades corporativas."

Rió por lo bajo, era la verdad más grande y más disfrazada que jamás había escrito.

Se acostó en la cama, que se sentía fría y ajena, el sueño no llegó inmediatamente, en su lugar, repasó las primeras tareas que esperaría de Leonardo: humillaciones, pruebas de lealtad, demandas imposibles, estaba lista para todas.

Pero no estaba lista para lo que él le había dicho en el atrio, la frase que su orgullo no podía tolerar: "Podrás destruirme... si aún te atreves."

El desafío había sido la prueba final de su arrogancia, él estaba seguro de que, al final, el amor (o el miedo) la detendría, él no sabía que la Valeria que regresaba había matado todo lo que él había amado en ella.

Ella se atrevía, se atrevía más que nunca.

La última imagen antes de que el sueño la venciera no fue la de Leonardo Blake, fue la de la firma sobre el papel, la tinta negra sobre el blanco inmaculado, el símbolo de su traición.

Mañana, a las ocho en punto, la guerra comenzaría en su escritorio y no habría cuartel.

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