Cinco años después.
El sol de octubre de Nueva York no tenía piedad, era el mismo sol brillante y engañoso que había bañado de oro el salón del ático de Leonardo Blake la noche en que ella lo perdió todo.
Valeria Veras salió de la terminal privada de JFK, envuelta en un traje de pantalón de lana gris carbón que no permitía ni una sola arruga, el corte era arquitectónico: hombros afilados, cintura marcada, una armadura de alta costura, llevaba el cabello recogido en un moño bajo, tan pulcro que parecía tallado en ébano, sus ojos, antes grandes y luminosos, ahora eran pozos de obsidiana, enfocados y desprovistos de cualquier emoción visible.
Se detuvo bajo el toldo mientras su asistente, una mujer alemana eficiente y silenciosa llamada Elsa, coordinaba el equipaje, Valeria no llevaba más que una maleta de mano, los cinco años de exilio le habían enseñado que la verdadera seguridad no residía en las posesiones, sino en la ligereza y la capacidad de moverse sin dejar rastro.
A sus veintisiete años, no quedaba ni rastro de la Valeria que había caído, la chica que había llorado sobre el Château Margaux y que había creído en la frase "futuro esposo" estaba muerta, la mujer que regresaba era la doctora Valeria V. Serrano, una analista de riesgos especializada en fusiones hostiles y reestructuraciones corporativas, con un currículum tan impecable que olía a tinta fresca de Harvard y MIT.
El "V." era por Veras, la "Serrano" era una mentira conveniente, un nombre de soltera de su abuela, apenas lo suficiente para desviar las búsquedas superficiales de Leonardo, un hombre que, presumía ella, ya había borrado su nombre de su base de datos mental.
El aire de la ciudad era un cóctel de gasolina, café y poder, respiró hondo, no para disfrutarlo, sino para inyectarse la adrenalina necesaria para enfrentar a su objetivo, había estado fuera, construyendo esta nueva identidad en Londres y Ginebra, entrenándose en el juego que él dominaba.
"El precio de la consultora Veras vale la molestia de la actuación."
La frase, el veneno original, seguía siendo su mantra, cada noche en los últimos cinco años se había repetido esa burla, había convertido la humillación en combustible, mientras Leonardo coleccionaba empresas y mujeres, Valeria coleccionaba títulos, contactos y conocimientos sobre lagunas fiscales y legislación corporativa, todo enfocado en un solo objetivo: Blake Capital Group.
El auto negro, largo y silencioso, la llevó hacia un apartamento alquilado en el Upper East Side, lo suficientemente discreto y lejos de la órbita de Blake, mientras el coche avanzaba, Valeria repasó mentalmente el mapa de los últimos años.
Su padre, destrozado por la adquisición y la traición, había caído en una depresión profunda de la que nunca se recuperó, la pequeña fortuna que Valeria había logrado salvar in extremis (documentos que había duplicado semanas antes de la firma fraudulenta) le había permitido financiar su "educación de venganza".
Había estudiado el código de conducta de Leonardo Blake como si fuera la Biblia, no solo sus movimientos financieros (cada adquisición, cada venta, cada inversión de riesgo), sino también su patrón personal: la necesidad de control, la arrogancia, la tendencia a subestimar a cualquier persona que no pudiera igualar su riqueza o inteligencia.
Ella no podía igualar su riqueza (aún), pero había superado su inteligencia, había aprendido a anticipar, a contraatacar, a ver el tablero de ajedrez corporativo diez movimientos por delante, su nueva fachada no era solo un disfraz; era un escudo impenetrable.
"No te arriesgues, Valeria," le había advertido su mentor en Londres, un ex agente de inteligencia convertido en estratega financiero "Blake huele la debilidad, si él percibe un solo rastro de la mujer enamorada que fuiste, te usará, te destruirá y ni siquiera recordará tu nombre al día siguiente."
Valeria lo había comprendido, la vulnerabilidad era la moneda que él traficaba, por eso, su regreso debía ser un golpe de gracia profesional.
Llegó al apartamento, un espacio minimalista con vistas al East River, las cajas ya estaban en su sitio, organizadas por Elsa: documentos de identidad falsificados, drives encriptados, y lo más importante, su vestuario de guerra.
Abrió el armario, no había colores, solo negros, grises y blancos rotos, cada pieza gritaba poder silencioso, cada corte era una declaración de que no estaba allí para decorar, sino para dominar, se puso unos guantes de piel de cordero y tomó el portafolio de cocodrilo negro.
Dentro, no había documentos, solo la ficha de su primer objetivo:
Objetivo Primario: Leonardo Blake.
Misión: Infiltración y Sabotaje.
Método: Asistente Personal.
La idea había sido audaz, arriesgada y terriblemente seductora, la mayoría de los vengadores atacarían desde fuera, con demandas o adquisiciones hostiles, pero Leonardo era un muro infranqueable, la única forma de encontrar la falla en el cemento era desde dentro, tenía que estar a un metro de él, respirando su mismo aire, para encontrar el único eslabón débil que él protegía.
El puesto de asistente personal era su boleto de entrada, había manipulado contactos y referencias a través de tres continentes, creando una cadena de credibilidad tan densa que ni el equipo de seguridad de Blake podría romperla, su nombre, Valeria V. Serrano, se había convertido en sinónimo de "imprescindible" en los círculos financieros.
El teléfono sonó, Elsa.
—Doctora Serrano, su cita con la consultora de recursos humanos es en una hora, el señor Blake no participará, pero el Director de Personal ha sido muy insistente en que usted es la única candidata viable.
Valeria sintió un escalofrío que no era de miedo, sino de éxtasis frío, la trampa estaba puesta.
—Perfecto, Elsa, recuerda el código de conducta: respuestas concisas, cero detalles personales, y una firme insistencia en que el puesto es solo un reto temporal antes de aceptar la oferta de la banca de inversión suiza.
—Entendido ¿El anillo?
Valeria se miró la mano, no llevaba el anillo de compromiso de hace cinco años, ese lo había tirado al río Támesis, en su lugar, llevaba un simple anillo de platino en el anular, no significaba nada, salvo una formalidad para proyectar estabilidad.
—No, el platino es demasiado blando, hoy no llevo joyas, solo acero.
Dos horas más tarde, Valeria estaba en las oficinas de Blake Capital Group, el mismo edificio, el mismo olor a riqueza y ambición, no sintió asco, solo un morbo calculado.
La entrevista fue una farsa, el Director de Personal estaba nervioso, claramente consciente de la reputación legendaria de "Doctora Serrano."
—Usted tiene ofertas de Goldman Sachs, Doctora ¿Por qué aceptaría un puesto de asistente?
Valeria sonrió, una curva mínima que solo tensó sus labios, sin tocar sus ojos, esta era la parte que él no se esperaba, el desdén por el puesto.
—Mi especialidad es la reestructuración de activos fallidos y la identificación de riesgos ocultos, Blake Capital Group tiene una reputación de ser impenetrable, y eso, para mí, representa un fallo de seguridad en sí mismo, quiero ver cómo funciona desde dentro, si puedo encontrar una vulnerabilidad aquí, sabré cómo explotarla en mi próximo trabajo, consideren esto una inmersión de campo pagada.
El director parpadeó, intimidado por su arrogancia.
—¿Y qué ocurre con el señor Blake? Es... un hombre exigente.
—Solo trabajo para los mejores, si el señor Blake no está a la altura de mi estándar profesional, mi compromiso durará muy poco.
La entrevista terminó en diez minutos, Valeria no pidió el trabajo; lo reclamó.
Al salir, no se dirigió a la salida, se acercó a la mesa de la recepcionista.
—Perdone, necesito que me confirme la ubicación actual de Leonardo Blake.
—¿El CEO? Él está... eh, en la Sala de Juntas Ejecutiva B, señorita Serrano.
—Gracias.
Valeria no tomó el ascensor de invitados, tomó el ascensor privado, la llave de acceso una tarjeta de seguridad que había adquirido a través de medios poco éticos hace meses, subió al piso ejecutivo.
Su corazón, esa bestia que la había traicionado cinco años atrás, seguía latiendo rápido, pero esta vez, bajo control absoluto, no era miedo, ni deseo, era el ritmo del cazador.
Llegó a la Sala de Juntas Ejecutiva B. La puerta era de caoba, pesada y opulenta, podía escuchar el sonido de voces masculinas amortiguadas y, sobre todas ellas, una voz grave y autoritaria, la voz que había susurrado mentiras en la oscuridad.
Valeria respiró, esta era la última prueba de su entrenamiento, verlo sin flaquear.
El momento había llegado, ella no había sido contratada para un puesto rutinario, había sido contratada para destruirlo.
Abrió la puerta de caoba, su rostro una máscara de fría indiferencia profesional.
Leonardo estaba de pie, al final de la mesa, un dios oscuro en su reino, vestido con un traje que valía más que su antiguo apartamento, estaba igual, más ancho de hombros, más afilado, más peligroso, sus ojos verdes esmeralda eran pura inteligencia helada.
Cuando la vio, la sonrisa que apareció en sus labios no fue la de un jefe que ve a una candidata, fue la sonrisa de un depredador que identifica a su presa, una sonrisa que, sin embargo, se desvaneció un instante, había un destello de reconocimiento, una duda fugaz que ella casi no nota.
Y luego, su arrogancia regresó.
—Señorita Serrano. ¿Ha venido a aceptar el trabajo? —preguntó Leonardo, cruzando los brazos sobre el pecho con una superioridad que le apretó la garganta.
Valeria no respondió a la pregunta, mantuvo su postura impecable y dejó su portafolio sobre la mesa, justo enfrente de él.
—Vengo a evaluar si usted está a la altura de mis expectativas, señor Blake y a ponerle precio a mi tiempo.
La arrogancia del CEO se encontró con una arrogancia superior, la guerra había comenzado.