Capítulo 2: La Firma Destructiva

Valeria salió, no caminando, sino cayendo escaleras abajo en el silencio protector del ascensor privado, la seda de su vestido de cóctel, que había dejado en el armario del apartamento de Leonardo, fue reemplazada por la sensación áspera de la ropa de calle y la humedad fría de su propia piel, no sentía el frío, solo el vacío punzante donde antes latía su corazón.

La promesa de los millones de luces de Manhattan se había convertido en un millón de fragmentos de cristal, cada promesa que Leonardo le había hecho, cada caricia, cada mirada, ahora eran piezas afiladas incrustadas en su memoria, que sangraban cada vez que respiraba.

En el taxi, no lloró, el llanto era una debilidad que él le había enseñado a odiar, en lugar de lágrimas, solo había una helada claridad en su mente. El engaño amoroso era el cebo, la humillación personal, la firma destructiva era el objetivo, la aniquilación profesional y familiar, él no solo la había traicionado; había utilizado el amor como una bomba de tiempo para detonar su vida entera.

—A la torre Veras, por favor —ordenó al conductor con una voz sorprendentemente firme, casi mecánica.

La Torre Veras, el humilde rascacielos de catorce pisos que había sido el sueño de su abuelo, el legado de su padre y, hasta hacía unas horas, el cimiento de su futuro, su empresa de consultoría tecnológica, aunque no era un conglomerado como el de los Blake, era su orgullo.

Llegó a la oficina pasada la medianoche, todo estaba oscuro y silencioso, usó su llave de acceso, su tarjeta de seguridad, su código, tres capas de protección que Leonardo Blake había logrado eludir con una sola, mucho más potente: la llave de su corazón.

Subió al piso más alto. La oficina de su padre, ahora vacía, olía a cuero viejo y a ambición, directo a la pared posterior, accionó el panel biométrico, detrás de una estantería giratoria, apareció la caja fuerte, ahí se guardaban las joyas de la familia, las escrituras de la casa, y los documentos más importantes de la empresa, la lista de patentes, los acuerdos de joint venture, los títulos de propiedad intelectual.

Las manos le temblaban al marcar la clave que su padre le había enseñado, 120790, su fecha de nacimiento, la ironía era brutal: su vida comenzaba con un número que ahora marcaba su fin.

Abrió la caja fuerte, dentro, los documentos estaban clasificados en carpetas de cuero fino, no buscó el oro o las gemas, fue directo a la carpeta etiquetada en letra dorada: Activos Legales de la Consultora Veras.

Sacó el grueso fajo de folios, su corazón, que hasta entonces había estado amortiguado por el shock, empezó a latir de forma histérica contra sus costillas.

Revisó los documentos con la velocidad y precisión de una empresaria entrenada, los acuerdos con Silicon Valley, las negociaciones con Telco Global, todo estaba en orden, todo, excepto el último documento, el que estaba metido en la parte posterior, doblado y grapado con un papel azul de notario.

Era un Contrato de Adquisición.

El título, escrito en mayúsculas negras y frías, le perforó las retinas: ACUERDO DE COMPRAVENTA DE ACTIVO Y TRANSFERENCIA DE ACCIONES MAYORITARIAS (CONSULTORA VERAS, S.A.).

Su respiración se cortó, pasó las páginas como si fueran carbones al rojo vivo, no entendía, no podía entender, ella había estado presente en todas las negociaciones, había luchado por cada cláusula, su padre había sido categórico: la empresa se mantendría familiar.

Llegó a la última página y ahí estaba, la verdad más cruda.

PRIMERA FIRMA: La rúbrica fluida e inconfundible de su padre, debajo, con un sello de goma de un notario de Nevada, la fecha: Hace tres meses, el mismo mes en que Leonardo le había regalado su primer viaje sorpresa a Bali.

SEGUNDA FIRMA: Debajo de un espacio en blanco etiquetado "Apoderado Legal/Socio Mayoritario" Había una firma que la golpeó con la fuerza de un puñetazo, era la firma de Valeria, una firma que ella recordaba haber puesto en un "documento de confidencialidad" supuestamente rutinario que Leonardo le había pedido revisar durante sus vacaciones en Mónaco, él se había reído cuando ella dudó, diciéndole: "¿Acaso no confías en tu futuro esposo, Valeria? Es solo una formalidad legal para el yate."

Ella había firmado, por amor, por confianza, por una estúpida e ingenua ilusión.

TERCERA FIRMA (El Comprador): Y finalmente, el nombre de la corporación adquiriente: BLAKE CAPITAL GROUP y la firma ejecutiva: Leonardo Blake. Elegante, audaz, el trazo de un hombre que sabía que había ganado.

Fecha del Cierre: Mañana a las 9:00 AM.

La frase del mensaje de texto de hace una hora se materializó en su oído, esta vez con la voz fría de Leonardo: "El precio de la consultora Veras vale la molestia de la actuación."

Era una doble traición perfecta, el plan había sido meticuloso:

    Sedúcela: Gana su confianza total, la de ella y la de su padre.

    Aísla: Llévala lejos de la oficina con viajes y romance para que no revise los documentos.

    Engaña: Haz que firme los poderes o documentos clave bajo pretextos falsos (el yate, una joya, una cuenta compartida).

    Ejecuta: Cierra el trato legalmente con las firmas de ella y su padre, y luego desecha a la "distracción sentimental" justo antes de la transferencia bancaria.

Valeria dejó caer el fajo de papeles sobre el escritorio, el eco del golpe fue ensordecedor en la oficina vacía, se sentó en la silla de cuero de su padre, sintiéndose diminuta.

Instintivamente, sacó su teléfono y llamó al abogado de la familia, el señor Peterson, sin importarle la hora.

—Señor Peterson, soy Valeria Veras, necesito que me confirme algo.

Su voz, rota, se convirtió en un susurro gélido mientras le leía las cláusulas, el abogado, somnoliento y luego aterrorizado, confirmó sus peores temores.

—Señorita Veras, ese documento... si es legítimo y está ejecutado, como usted dice... Mañana a primera hora, la Consultora Veras dejará de existir, el acuerdo tiene una cláusula de no competencia y, si esto se valida, su familia quedará... no solo sin capital, sino en la ruina total.

El teléfono resbaló de su mano y cayó sobre la alfombra.

No era solo el dinero, era la traición de la sangre, su padre, que había puesto toda su fe en ese "caballero" que se casaría con su hija, ahora iba a pagar el precio de su confianza con la destrucción de su vida y ella, Valeria, había sido la cómplice, la tonta que firmó su propia sentencia de muerte financiera.

Una risa seca y ronca escapó de su garganta, era el sonido de la inocencia muriendo.

Se levantó, su cuerpo ahora libre de temblores, sustituidos por una rigidez mortal, miró la ciudad a través de la ventana, la misma que había contemplado con él desde el ático, él había visto esa vista y había planeado su caída, ahora, ella miraba la ciudad y planeaba la de él.

Recogió los documentos, necesitaba pruebas, necesitaba el mapa de la venganza, pero primero, tenía que desaparecer, tenía que dejar que Leonardo Blake creyera que su "propósito" había sido cumplido con éxito.

Caminó de regreso a la caja fuerte, en lugar de los documentos originales, sacó la carpeta de las joyas, vació el contenido, tirando diamantes, perlas, y rubíes sobre el escritorio, eran baratijas sin valor comparadas con lo que acababa de perder.

Encontró un pequeño estuche de terciopelo vacío, idéntico al que Leonardo había dejado con su anillo en el hall del ático, lo tomó.

Salió de la torre Veras justo cuando el sol comenzaba a teñir el cielo de gris, anunciando el día en que la vida de su familia terminaría, tomó un taxi a un hotel anónimo, pagando en efectivo.

Una vez sola, en una habitación sin alma, sacó una vieja maleta, guardó su pasaporte, algo de efectivo y los documentos de la traición.

Luego, se miró en el espejo, su cabello estaba desordenado, sus ojos estaban inyectados en sangre, pero ya no había confusión, la desesperación había dado paso a una fría, aterradora determinación.

Cinco años, ese era el tiempo que necesitaría, necesitaba desaparecer, convertir la ruina en fuerza, convertir la ingenuidad en acero, convertir el amor en el odio más eficiente jamás concebido.

Tomó el estuche de terciopelo.

—Me has enseñado la mejor lección, Leonardo —susurró al reflejo, la voz ya no era la de una mujer enamorada, sino la de una estratega—. El verdadero poder no está en la honestidad, está en el engaño.

Leonardo Blake había planeado una adquisición hostil, pero él no sabía que ella acababa de iniciar una guerra, él había firmado un Contrato de Compraventa, ella estaba a punto de redactar un Contrato de Venganza.

Ese día, Valeria Veras desapareció de Nueva York y ese día, la mujer destinada a destruirlo comenzó a nacer.

Cinco años después, el contrato está listo para ser ejecutado.

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