Capitulo 2.
Saco de la mochila el bocadillo que me hizo la señora Eugenia, la voy a echar tanto de menos ella ha sido la única que me ha cuidado un poco desde que todo esto paso y hasta me ha preparado algo de comer cuando a ella tampoco le sobra. El desahucio está programado para las doce del mediodía y la cita con ese señor es a la una. No tengo muy claro lo que debo hacer, me meto en la cama e intento dormir, al menos esta noche lo haré con el estómago lleno. Me despierto pasadas las once de la mañana y me levanto de la cama corriendo. —¡Es que no puedes hacer nada bien! —me regaño a mi misma casi es la hora del desahucio y aún estoy aquí. No quiero ver a la policía echándome de la casa, yo misma me iré por mi propio pie. Cojo la botella de agua y echo una poca en el lavabo, me lavo la cara y las manos, destapo con cuidado mi muñeca pero la sangre se ha pegado al trapo y si tiro fuerte la herida se abrirá. Pero tengo que limpiarla sino podría infectarse y eso sería aún peor, no estoy en la mejor de las situaciones para caer enferma. Una vez lo consigo veo que no está tan mal, se ve un poco profundo pero creo que curará bien. Abro el armario y veo un frasco de desinfectante me lo aplicó con cuidado y busco algo que con que cubrirlo. Encuentro una pequeña y antigua venda, la miro y no parece sucia por lo que la utilizo para cubrir toda la muñeca. Bajo la manga de mi sudadera y salgo del baño. Miro el reloj y veo como son las once y cincuenta. Cojo la mochila y la pequeña maleta, cierro la puerta y bajo las escaleras en pocos segundos me encuentro en la calle. Sin darme cuenta cojo las llaves y me doy cuenta de que no he puesto el seguro me volteo y subo un tramo de escaleras, pero me recuerdo a mí misma que está nunca más será mi casa. Por lo que abro la mochila y las dejo caer al interior. Aunque cubra todas mis deudas no podré recuperar la casa, ya hubo una subasta y tiene nuevos propietarios. Ojalá y sea tan felices como una vez lo fuimos nosotros. Sin poder evitarlo una lágrima se escapa de mis ojos y recorre mi rostro. Camino despacio, mi estómago ruge, hace más de doce horas que no he ingerido ningún alimento. Paso al lado de una cafetería y el olor a bollería y a café recién hecho hacen que mis dudas se disipen. ¡Decidido! Me casare con ese señor, así no volveré a pasar hambre y al menos no estaré sola. Sigo caminando hasta el lugar indicado, veo que se trata de un bar. Miro el reloj y aún faltan cinco minutos para la una, pero el día se está cerrando y de un momento a otro comienza a llover. Paso y busco la mesa que el correo me indicaba. Esta, está vacía, así que dudo por un momento si tomar a asiento no, el camarero me pregunta que si deseo tomar algo. Le respondo que tengo que esperar a alguien justo en esa mesa. El chico se va y habla con alguien detrás de la barra. Mientras tanto tomo asiento y espero pacientemente. El camarero me trae un refresco y un plato de carne con patatas, mi estómago ruge más fuerte si cabe, dejándome ruborizada y sintiendo una profunda vergüenza. —Lo siento pero yo no he pedido nada —aunque deseo comérmelo y bebermelo con todas mis fuerzas yo no dispongo de dinero para pagar. —El señor que hizo la reserva dejó dicho que le sirviéramos esto— Ni siquiera respondo cojo el refresco y doy un sorbo, quiero que me dure llevo tanto tiempo sin beber uno que me sabe a gloria. Que decir de la comida si llevo más de seis meses a base de sándwichs y algún que otro bocadillo. Ahora mismo no existe nada ni nadie en este mundo. Solo yo y mi comida —¿Señorita Santos?— —Volteo mi cabeza y veo a un señor mayor ataviado con un traje negro—.