Derek
El mundo es una masa borrosa, las luces blancas me ciegan y un zumbido constante me martilla la cabeza. Me siento como si flotara en un mar espeso y frío del que no puedo salir. Parpadeo tratando de enfocar, pero la verdad es que no sé dónde estoy.
Siento una presión cálida en la mano y una voz que tiembla.
—Tranquilo —dice—. Ya estás bien, estoy contigo.
La escucho como a través de una pared de agua, no sé quién es. Quiero decir algo, pero mi garganta arde y me cuesta respirar. Muevo los ojos y la veo. Una mujer de cabello largo, ojos hinchados de llorar, su cara me resulta... ajena, totalmente ajena. Me toca como si me conociera.
Y entonces, como un reflejo automático, aparto mi mano. Mis músculos responden débiles, pero con firmeza.
—¿Quién… eres?
Su rostro se quiebra como cristal, es un dolor físico verlo. Como si mi pregunta la hubiese atravesado con una cuchilla.
—Derek… —susurro, con la voz estrangulada—. Soy yo… soy Maddison.
—¿Maddison?
Para ser honesto, su nombre no me