Maddison
El olor a gasolina me quema la garganta mientras Claire y yo seguimos mirando por la ventana y tratamos de no hacer ruido, aunque cada crujido de las hojas secas bajo nuestros pies suena como un disparo en la noche. La luz parpadeante que se filtra por las rendijas de la cabaña se vuelve más intensa al asomarnos. Aun así, me apoyo con cuidado en el marco y, al asomarme, siento que voy a morirme de la preocupación.
Derek está atado a una silla, su rostro se ve sucio y con un lado hinchado, probablemente por un golpe. A su lado, mi hijo, ese niño que apenas he podido ver de lejos… está inmóvil en otra silla, con sus ojos abiertos y fijos en un punto, y los dedos de una mano moviéndose en un patrón repetitivo sobre su muslo, intentando calmarse, intentando bloquear todo. Mi corazón se encoge. Quiero gritar, quiero romper la ventana y correr hacia ellos, pero una punzada aguda me atraviesa el vientre, recordándome que cualquier movimiento brusco podría poner en peligro al bebé qu