CAPÍTULO 115: HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE
Maddison
No hay peor sensación que ver la felicidad interrumpida con la violencia de un trueno. Estoy descalza, con la camisa de Derek apenas abotonada, el cabello todavía revuelto, con la piel enrojecida por el calor de sus manos. La casa huele a comida recién hecha y a deseo cumplido.
Mis labios se resecan y trago saliva. No hay tiempo de correr por otra ropa, de esconder lo evidente. Su mirada recorre cada centímetro de mi cuerpo, deteniéndose en los botones mal cerrados de la camisa que lleva el perfume de Derek.
—Vaya, qué cliché más vulgar —añade, entrando sin que se lo permita—. La amante con la camisa del marido. Solo faltan las copas vacías y la música romántica de fondo.
Mi corazón se detiene un segundo, luego cae. Literalmente, siento cómo me hunde. El aire se vuelve denso. La camisa de Derek, que hasta hace un segundo me hacía sentir protegida, ahora parece una confesión pegada a mi piel.
No puedo moverme, no puedo ni cerrar la