Maddison
Siento primero el olor a desinfectante. Luego, la sensación áspera de las sábanas de hospital contra mi piel. Parpadeo con lentitud, y la luz blanca del techo me recibe como una promesa de que sigo aquí, de que estoy viva. Todo duele, pero es un dolor sordo, lejano, como si mi cuerpo apenas estuviera recordando lo que pasó. Muevo los dedos, después las piernas, y un suspiro se me escapa.
Pero no estoy sola. Derek está ahí. Sentado a mi lado, con la cabeza inclinada sobre la cama, como si se hubiera quedado dormido esperando que despertara. Su ropa está mojada todavía, el cabello revuelto, el rostro cansado, con esas ojeras profundas que solo se ganan después de llorar o no dormir. No puedo evitar mirarlo, no puedo evitar que se me agüe la vista.
Mi corazón late más fuerte. Más claro, porque verlo aquí, tan cerca, tan humano, tan roto… me confirma lo que mi alma ya sabía: él no se rindió.
—Derek —susurro, apenas audible.
Él se mueve de inmediato. Levanta la cabeza, me busca co