24. Permítame cortejarla
La sorpresa se dibujó en el rostro de Regina, mientras un escalofrío recorrió la columna vertebral de Wiliam, ambos abrieron los ojos y se alejaron con violenta rapidez. Regina se llevó el antebrazo al rostro y cubrió sus labios.
William no sabía qué decir, fue como si una roca reemplazara su lengua y le impidiera hablar, quería disculparse y al mismo tiempo no quería hacerlo. Una chispa se había encendido en su interior con ese simple roce y…
—¡Santo Dios! —exclamó Regina, siendo la primera en recuperar el habla y salir de su estupor. La mujer se alejó otro poco mientras su rostro se mostraba sonrojado—, lo siento — expresó escandalizada.
Regina sentía que el corazón le latía muy fuerte dentro del pecho y que el aire empezaba a faltarle debido a la impresión, así que, se las arregló para tranquilizarse y evitar morir de vergüenza delante de William.
—Ha sido culpa mía, Regina, cálmese —le pidió, apretando el pedazo de tela entre sus manos. William no sabía cómo disculparse, había si