Presente:
Mariela:
— Es un gusto tenerle por aquí señora Cuéllar. Que bueno que ha recapacitado y decidió conservar su embarazo. ¿Es este su marido?— interroga la doctora.
— Augusto Cuéllar, el placer es todo mío.— murmura él, estrechando la mano de la doctora.
Noto al momento como la mujer se sonroja, y comprime sus labios nerviosamente. Ruedo los ojos.
Sí, sí, lo sé. El cabrón es hermosísimo, pero es una bomba de tiempo.
— Pasemos a la consulta.— ofrece la doctora.— señor Cuéllar, quédese aquí. Esta primera parte debe ser privada, ya que es el examen físico de su mujer.
— No hay nada de ella que halla visto ya.— anuncia él, tercamente.
— De todos modos, le prohíbo pasar. Cuando hagamos el ultrasonido, entonces podrá unirse a nosotras.— farfulla ella, cerrandole la puerta en la cara.
* * * *
— Es usted realmente afortunada Mariela.— Susurra la doctora mientras yo me visto.— rara vez se interesa tanto unarido por el brazo de su mujer, al punt