Diana:
— ¿Y qué se traen tú y Augusto, eh?
Mary se mueve nerviosamente, mientras mira a mi hermanita, quien está recogiendo uvas rezagadas de la cosecha de ayer.
— No sé a qué te refieres.
— Ay, por favor. ¿Llego, y los encuentro esperando a ambos en la puerta? ¿Y se toman de las manos como si nada? A otra la engañas, pero no a mí. Desembucha.
— No hay nada que contar. Anoche le pedí perdón por mis estupideces y quedamos en hablarlo más detenidamente hoy. Eso es todo.
— Seduselo.— aconsejo.
Ella sonríe.
— Esta vez sí seguiré tu consejo.
— Genial. Dicen que a la tercera va la vencida, mamá. Créaslo o no, siempre he sabido que no eras enteramente feliz. Es porque te faltaba él. Y de todo corazón, les deseo la mayor de las suertes.
— Gracias, cariño.
* * *
Al final, resultó que los Visconti no eran precisamente como los había imaginado. Creí que serían una pareja de ancianos, pero eran unos jóvenes treintañeros, gemelos