Xavier:
Decidí pasar la noche en el club.
Después de conversar largo rato con Mark, no me quedaron deseos de regresar a casa y escuchar los impertinentes remilgos de mi nueva esposa.
¡Mujeres!
Son todas iguales.
Solo saben joder y estropearnos el ánimo.
Con frecuencia me pregunto en que carajos estaba pensando mi padre cuando puso aquella cláusula en su testamento.
Ruedo los ojos.
Mientras más guardaespaldas conducen, llevándome a la mansión.
En los últimos meses de su vida, a padre se le metió entre ceja y ceja que yo necesitaba una mujer.
Pero se equivocó.
No necesito más de esas harpías.
Ya tuve a una víbora venenosa clavándome los colmillos una vez, y no me apetece repetir la experiencia.
En la mansión, todo parece en orden.
Los jardineros trabajan, las sirvientas van y vienen, la cocinera tararea sus operas a todo volumen mientras prepara lo suyo, pro cuando entro a la habitación de mi palomita…¡ Ella no está!
—¡Zenaida!- grité a todo pulmón, moviéndome de aquí para allá, dentro