Xavier:
—¿Tienes su localización? Envíamela. No, yo me encargaré. Bien.
No había terminado de colgar, y ya estaba lanzando mi celular contra la pared
—¡Hijos de puta!- bramé.
No me lo podía creer.
¡No me podía cree que tuvieran la desfachatez de mantener cautiva a mi esposa en el mismo lugar donde todo se fue al carajo!
Pero así era.
Edwin Barnes, mi hacker, así me lo había confirmado.
Dos años antes:
Ella venía, caminando hacia mi coche, enfundada en ese vestido rojo que la hacía ver tan sensual. Su cabellera dorada, suelta, salvaje, libre, y sus labios carmesí una invitación a besarla.
Se subió a mi coche, y me miró con mala cara.
—¿Por que me has citado aquí, Xavier?- protestó, mirándome con molestia.- ya te dije que nos veríamos en unas , en nuestra boda.
—No eres mujer de creer en esas tonterías,¿ o sí? No me digas que temes a la mala suerte de que el novio te vea antes de la ceremonia.
—No. No le temo a la mala suerte, porque no creo en la suerte. Todo en esta vida se reduce a l