Mi celular suena despertándome, veo con dificultad el reloj del aparato y son las tres de la mañana.
Veo el mensaje y el sueño se me espanta de inmediato, no reconozco el número que refleja la imagen que me saca de mi tranquilidad y acelera mi corazón como si estuviera corriendo un maratón, junto a una lista de peticiones que debo cumplir.
Intento calmarme y tomo una pequeña maleta en la que meto un conjunto de ropa, me cambio con un conjunto deportivo y aun con el estómago contraído y lágrimas cayendo por mis mejillas, salgo de la mansión sigilosa, en silencio y con demasiado temor.
Nadie se da cuenta de mi escapatoria obligatoria, siento náuseas al recordar la imagen que me enviaron.
Si