Berlín, Alemania
Viktor
El aire en el sótano de mi mansión siempre es frío, pero esta noche tiene un filo distinto. Un filo que huele a sangre seca y a miedo. El miedo no es mío, sino de aquel enemigo que he ansiado tener en mis manos desde hace años.
Konstantin se apoya despreocupadamente contra la pared, limpiándose las uñas con la punta de un cuchillo, mientras Reinhard balbucea algo que no me interesa oír. No todavía. Paso la mirada por encima de su cuerpo derrotado, lo más probable es que las costillas estén magulladas. Su ojo está tan hinchado que apenas logra abrirlo. Bien. No merecía menos.
Me agacho frente a él. Lo miro a los ojos —o mejor dicho, al único ojo útil que le queda. Y lo odio. Lo odio con cada fibra de mi ser.
—¿Sabes lo que más me jode de todo esto? —mi voz sale baja, casi calmada, pero sé que eso lo aterroriza más que si gritara—. Que durante años fingiste ser algo que no eras. Un hombre de negocios, un aliado de conveniencia… un padre.
Su labio roto tiembla. E