¿Viniste?

Sin cartera, dinero, celular, tarjeta de crédito que ni siquiera usé y con mi dignidad y autoestima en la planta de mi pie, caminé por 45 minutos hasta llegar a mi casa.

Ni siquiera sé cómo subí las escaleras, porque di un paso adelante y dos pasos atrás, tratando de tirarme por el escalón, con la esperanza de morir en una caída de menos de un metro.

Abrí la puerta y me dejé caer en el sofá. Salma todavía se veía horrible y pálida. Ben no sabía lo que era el mal humor, la tristeza o la depresión. Su rostro siempre era de alegría e incluso cuando pasaba lo peor, se reía de sí mismo y seguía como si nada hubiera pasado. Desearía tener una onza de su confianza en sí mismo.

Estaban desayunando. Salma todavía estaba en bata, como si no hubiera pasado la noche con ella.

- ¿Entonces, cómo estuvo? ¿Hizo oral? – preguntó Ben.

- ¿Viniste? - Salma abrió mucho los ojos, curiosa.

- ¿Necesitabas una cuchara? - Ben se levantó.

- Me vine... Quizás cinco veces... Me vine como nunca antes. - Yo hablé.

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