Amelie Manson
No entendía qué demonios hacía Damián Feldman allí, detrás de esos barrotes. Me limpié las lágrimas con la manga de mi blusa y tragué todo el dolor que me consumía. Me obligué a levantar el orgullo, aunque fuera inútil, sin embargo, aunque me carcomiera hasta los huesos. No iba a darle el gusto de verme derrotada.
—Amelie… —su voz era un susurro, y sus ojos grises se clavaron en los míos con esa intensidad que tanto conocía.
—¿Qué estás haciendo aquí? —mi voz se quebró, pero la forcé a sonar dura—. Es más, ¿quién te dijo que estaba aquí? Aunque no hace falta preguntar… seguro lo orquestaste con tu familia.
—Por supuesto que no —replicó, aferrándose a los barrotes—. Vine para ayudarte.
La sinceridad en su rostro me desarmó por un instante. Sabía reconocerla; lo había amado el tiempo suficiente para distinguir cuando mentía y cuando no. Y en ese momento no mentía.
—No necesito tu ayuda. —me crucé de brazos—. Tu familia me hundió, ¿y ahora pretendes rescatarme? ¿Con qué car