Amelie Manson
Mientras la niñera que había contratado para cuidar a mi bebé lo arrullaba con una canción suave, yo ajustaba los últimos detalles de mi vestido frente al espejo. Sentía que me veía más ancha de lo normal: mis caderas pronunciadas, el vientre aún con una curva evidente que ningún entalle lograba ocultar. Cada movimiento era escrutado por Soraya, mi abogada y la única amiga en la que confiaba plenamente, que no se limitaba a mirar, sino a evaluarme como si mi vida dependiera de ello.
—Soraya, maldita sea, ¿se nota mucho? —pregunté con los dientes apretados, girando de un lado a otro frente al espejo. —¿Cierto que me veo muy gorda?
Ella soltó una risa suave, sin apartar su mirada.
—¿Qué puedes esperar, Amelie? Acabas de dar a luz. Yo diría que luces preciosa. Sí, tienes un par de kilos de más, pero nada que opaque lo que transmites ahora. Ser madre te ha sentado de maravilla, luces mucho mejor que antes, ese maldito de Damián va a morderse los labios.
—Realmente, eso no me